•Capítulo 23•

20 1 2
                                    

Creo que no ha habido noche tan larga como la del el día que secuestraron a Eva, y la de hoy, el día en el que su vida pendía de un hilo, un hilo que creía que yo movía y solo había una persona aquí que lo controlaba

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Creo que no ha habido noche tan larga como la del el día que secuestraron a Eva, y la de hoy, el día en el que su vida pendía de un hilo, un hilo que creía que yo movía y solo había una persona aquí que lo controlaba.

—¿Has visto a Nicolás? — asomo mis profundas ojeras y mi pálido rostro por la puerta de la cocina, apreciando como la cara de Sandra se transformaba en lástima y preocupación. 

—No mi niña, ¿Quieres un café? ¿Unas galletas? — sin darse cuenta se coloca la mano en el pecho, como si de alguna forma sintiese el dolor que había en el mío y por unos segundos me molesta que sienta esa pena hacia mi. 

Niego con la cabeza, y sin dirigirle más la mirada voy hacia el despacho. 

Antes de que mi mano roce siquiera el pomo de la puerta, la sombra esbelta de Nicolás aparece reflejada en el vidrio. Tomo aire varios segundos antes de atreverme a mirarlo.

Se podía decir, que juntos nos transformábamos en una tormenta, tanto en el buen sentido como en el malo, una pena que no nos dimos cuenta de que las tormentas, si no se manejan, dejan todo devastado.

—Está comunicando — murmura mostrándome el teléfono. Su mandíbula está apretada e intenta no cruzar mucho la mirada conmigo, no se si por dolor, por odio, o simplemente porque se ha cansado de todo esto, cosa que comprendería.

Los tonos que salían del teléfono solo provocaban un dolor en mi estómago que amenazaba con dejarme de rodillas.

—Jasso — una voz ronca, desgastada y algo estremecedora aparece en la otra línea —¿Qué tal te va todo? — una risa sale de su garganta, parecía disfrutar con la situación que estaba por llegar.

Nicolás, inmóvil durante varios segundos, da unos cuantos pasos hasta adentrarse en la oficina y tomar asiento en su escritorio, acaricia su mentón con nerviosismo y suspira. Parecía estar tan asustado como yo.

—Tenemos que hablar — tras varios segundos de silencio, habla, su voz suena dura, como si el Nicolás que su padre crio se hubiese comido al Nicolás que me dejo conocerle.

—Ni de coña muchacho, he aguantado casi dos meses a la niñata con vida, no vas a tomarme por gilipollas chaval.

—Hablaré con mi padre, él te dará lo que falta del trato — estaba claro que se estaba tirando un farol, y que lo más seguro es que tuviese otra idea pensada que no quería decir delante de mí.

De nuevo aquella risa algo frívola que conseguía erizar la piel a cualquiera.

—Es una pena, tiene toda la vida por delante ¿Sabes? 

Al fondo, muy a lo lejos, consigo aprecia un gemido de dolor agudo y algo dulce. 

Como si mi corazón hubiese dejado de latir, y un rayo hubiese golpeado mi espalda, doy un respingo y corro hacia Nicolás para arrebatarle el móvil.

El As bajo la mangaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora