•Capítulo 24•

20 1 0
                                    

Como si alguien acabase de golpear mi pecho me levanto de un salto de la cama, enseguida intento recuperar el aliento, me limpio las gotas de sudor y aprieto los ojos maldiciendome

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Como si alguien acabase de golpear mi pecho me levanto de un salto de la cama, enseguida intento recuperar el aliento, me limpio las gotas de sudor y aprieto los ojos maldiciendome.

Llevaba dos semanas teniendo pesadillas de todo tipo donde el sonido de un disparo era el protagonista, siempre me levantaba gritando, sudando o simplemente ni siquiera era capaz de despertar. Me estaba volviendo loca poco a poco, no salía de la habitación, apenas comía y ni siquiera recuerdo como era mi voz, creo que en el fondo estaba intentando morir lentamente, castigarme por dejar que ocurriese lo que ocurrió, y aunque mi cabeza sabía bien que no podía seguir así, mi cuerpo y mi corazón no eran capaces de seguir, de seguir con nada. 

Unos toquecitos resuenan en mi puerta, Nicolás entraba todos los días justo después de que yo me levantase así, me traía comida y me miraba con una lástima y una angustia que dificilmente podré borrar de mi mente alguna vez. 

—Buenos días — su delgado cuerpo aparece en mi campo de visión. No solo había perdido un notable peso, si no que la luz y el color de su rostro tampoco estaba. —Te he traído unas tostadas y un zumo. 

Camina algo inseguro hacia mí, deja la bandeja que cargaba en la mesita y se sienta a mi lado, sin mirarme, sé que estaba cogiendo aire, haciéndose el fuerte, intentando luchar por los dos.

—Sandra dice que te comas solo una, a ver si esta vez no la vomitas — musita cogiendo la rebanada de pan con las manos y haciéndola pequeños cachitos. 

He visto a Nicolás en todas sus versiones, en todos sus estados pero nunca le había visto con ese dolor y desesperación en sus ojos, estaba cansado, agotado y preocupado, y yo sabiéndolo ni siquiera había sido capaz de pronunciar ni una sola palabra.

Coge uno de los cachos que ha partido y lo lleva hasta mi boca, la abro levemente, para que entre lo justo y mastico con lentitud mirando como él espera con la cabeza agachada, mirando sus pies, reteniendo las ganas de llorar. 

Cuando trago, él coge otro cacho y repite los pasos, evitaba mirarme a los ojos,  no se si por dolor o porque en cierto modo quizá sentía algo de rabia por tener que estar sintiendo esa angustia que yo le estaba provocando sin querer. 

—¿Puedes pasarme un poco de zumo? — me atrevo a dejar que mi voz suene después de tantos días, sueno rota, demasiado.

En el momento en que mi voz se hace presente él se gira para que nuestras miradas se encuentren, hacía tanto, tanto, que nuestros ojos no se miraban que aquel gesto no solo hace que toda mi piel se erice, si no que me hace reaccionar.

No podía seguir así, no podía seguir haciéndole sufrir, ni atarle a una vida de sufrimiento con alguien que ni siquiera había hecho el esfuerzo de salir de la cama, él me quería, estaba segura y yo a él también, por eso mismo había llegado el momento de dar el paso, seguir luchando e irme de aquí. 

Era lo justo y lo que yo necesitaba, el trato había terminado, ya no había nada que nos atase el uno al otro y se que ahora mismo quedarme aquí no es lo correcto. 

El As bajo la mangaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora