•Capítulo 10•

32 3 13
                                    

—Eres un maldito demente — la brusca voz de Nicolás resuena por todo el pasillo, no sé que es lo que está pasando, pero cuanto más cerca estoy de las escaleras, más presente se hace su enfado

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

—Eres un maldito demente — la brusca voz de Nicolás resuena por todo el pasillo, no sé que es lo que está pasando, pero cuanto más cerca estoy de las escaleras, más presente se hace su enfado. —Ya te he dicho que no, no voy a aceptar esa mierda — cuando alcanzo a verle, freno en seco y me quedo de cuclillas sujeta a la barandilla, lo menos que quería es que me viese —Yo soy el que lo lleva a cabo, y si digo que no, es que no — puedo sentir lo tenso que está desde aquí, camina nervioso de un lado a otro, tira de su corbata y se toquetea el pelo —Pues vas y accedes tú a esa locura — la ira que veo en sus ojos no la había visto nunca, su voz se rompe al pasar el límite de volumen que su garganta le permite, y da un golpe a la mesa con una fuerza bestial.    —No necesita mi ayuda, necesita un psiquiatra — niega con la cabeza repetidamente, parece tan frustrado que no es capaz de ni encajar bien las palabras. —Hablamos más tarde, he dicho que no — cuelga el teléfono y lo tira contra la mesa, para después apoyar sus manos en ella y dejar caer su cabeza hacia delante, parecía devastado. Con sigilo me pongo en pie y decido que lo mejor es volver a la habitación hasta que las cosas se calmen.

—Alba, te he visto — toda la piel se me eriza al instante y me maldigo internamente antes de bajar las escaleras para tenerlo frente a mí. Sigue en la misma posición, salvo porque una de sus manos ahora acaricia su cuello con algo de fuerza. Dudo en acercarme a él o quedarme donde estoy, no quiero invadir su espacio ahora mismo.

—¿Te encuentras bien? — decido dar unos cuantos pasos acortando la distancia que nos separaba, y agacho la cabeza para intentar dar con sus ojos. 

Él no responde, tampoco me molesta que no lo haga, el tiempo que llevo aquí me ha hecho entender cuando Nicolás necesitaba silencio y cuando no, y creo que este era uno de esos momentos. Su cabeza se levanta ligeramente y cuando sus ojos apagados entran en contacto con los míos me pongo nerviosa. Pocas veces le había visto tan afligido como ahora, y no sabía muy bien como actuar. 

Su mirada es insistente, me escruta de arriba abajo, parece dubitativo, como si estuviese pensando en decirme algo sin terminar de atreverse del todo, aunque tratándose de él dudo que no se atreva a algo. —¿Me harías un masaje? — rompe el silencio con esa pregunta y yo siento que el corazón me da un vuelco. Me esperaría cualquier cosa, de verdad que cualquier cosa, menos eso. —Es solo en los hombros, tranquila, llevo varios días que soy incapaz de liberar esa carga, quizá si tú...— suspira —Puede que te lo lleves a otro terreno, pero no tengo ningunas intenciones, tú me transmites calma, y creo que tus manos pueden ayudarme, es lo que elijo por haber vencido, siempre que tú quieras, si no quieres lo cambiaré por otra cosa, no voy a obligarte a algo que se que te incomoda — creo que era la primera vez que veía a Nicolás siendo tan sincero y tan humano, podía ver en su cara un dolor y un cansancio impropio de él. 

Me sorprendo a mí misma cuando acepto hacerlo, mi corazón, que ya alcanza una velocidad insana, sabe que a lo mejor esto no es tan buena idea y que será una situación la mar de extraña. Sé de sobra que en otras circunstancias me hubiese negado, en todas las circunstancias mas bien, pero había algo en sus ojos que me transmitían la suficiente confianza para hacerlo.

El As bajo la mangaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora