•Capítulo 22•

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Sujeto la taza de café con ambas manos mientras contemplo como el fuerte aire que hoy se ha levantado intenta arrancar los árboles de la entrada

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Sujeto la taza de café con ambas manos mientras contemplo como el fuerte aire que hoy se ha levantado intenta arrancar los árboles de la entrada. Sandra se mueve enérgica por la cocina mientras yo le brindo mi silenciosa compañía. 

—Hoy es un día bastante gris — murmuro sin apartar la vista del ventanal. Ella hace un leve sonido dándome la razón. —¿Soy a la única que estos días le dejan como apagada? — arrugo mi nariz cuando el engañoso sol se hace presente cegándome por unos instantes. 

—Bueno mi niña, ya sabes lo que dicen — con gran maestría mueve la carne que yace en una sartén y le da un par de vueltas meneándola en el aire. —Se necesitan días grises para apreciar mejor los soleados. — Me guiña un ojo y prosigue con su cometido. 

Un par de golpecitos resuenan en el cristal, mi cabeza gira levemente y mis ojos no tardan en divisar a un Nicolás que consigue alterar mis sentidos nada más apreciar la imagen que había ante mi. 

—O quizá alguien ya haya conseguido colorear el día un poquito — dice burlona al notar, como no, lo rápido que mis mejillas han comenzado a arder ante su presencia.

Le escruto minuciosamente. Tan solo porta un pantalón sucio de deporte y una camiseta ajustada que dejaba a la vista su definido torso, de la gorra que descansaba con desenfado sobre su cabeza escapaba su impaciente y rebelde cabello a mechones y mientras sus ojos grises insistían a los míos, yo solo podía admirar la forma en la que se limpiaba las manos con un pequeño trapo.

En otros momentos de mi vida seguramente no le hubiese prestado la atención que ahora mismo mi cuerpo me pide que le preste, y sé que tampoco vería una imagen seductora en alguien haciendo un acto tan sencillo como limpiarse. Pero había conseguido ser un experto en atraerme hacia él, como un imán, y ya no había ningún tipo de solución a aquello. 

Con una sonrisita burlona y un ligero movimiento de cabeza me indica que salga hacia donde se encuentra, yo asiento con lentitud mientras me levanto de la silla intentando que mis piernas retomen el control que ellas solitas han decidido perder. 

Mientras camino dirección a la puerta diviso como Sandra me observa con una expresión divertida, a mi no me queda otra que sonreír algo avergonzada, podría saber perfectamente lo que estaba pensando en estos momentos, y para ser sinceros, no estaba en posición de llevarle la contraria en nada relacionado con él. 

—Hace mucho frío como para que me hagas salir aquí — refunfuño mientras mis brazos me rodean intentando resguardarme un poquito del frío. 

Él mantiene su incansable sonrisa y me lanza las llaves del coche, que más que coger a la primera, tengo que agacharme después de dejar que caigan de mis torpes manos.

—Solo necesito que arranques el coche. 

—Tienes gente que te cocina y guardaespaldas, pero el coche lo tienes que arreglar tú — murmuro mientras camino hacia el coche y abro la puerta ante su mirada cargada de diversión.

El As bajo la mangaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora