Era imposible recordar todas las caras en todos los tiempos. Siempre se habían adentrado desfiguraciones y realidades inconexas, pero jamás un fallo en ningún sistema que requiriera limpieza.
-Y allí estaba yo; el idiota encargado de ahondar en una resolución frente a esa caterva de cobardes- le habló a su imagen proyectada por un espejo.
Un hombre de facciones robustas que siempre aparentaba ser risueño, pero, a su vez, una tez cansada y seria. Cabello corto y blanco con tintes grisáceos por su gran cantidad de canas. Ojos de color azabache, nariz picuda, de estatura baja para la media que le rodeaba y de gran delgadez. Intentando disimular esa curvatura de hombros y espalda por la que algunos se burlaban en la intimidad. Eran horas y horas de lectura, autores, conflictos y juicios la causa de ese rasgo físico. Por esa aparente humildad y sus rasgos físicos, le sobrevino el apodo de: "Cuervo blanco".
<<No podían haberle llamado "águila blanca" o "dragón resplandeciente">>, pensó con mirada triste frente al espejo. Siempre intentando que su toga quedase bien ligada a su cuerpo.
De todos los reinos nadie había querido participar en el juicio. Nunca nadie había jugado con realidades a este nivel. No existía ley para poder discernir si se había quebrantado un tabú o, por el contrario, habían mejorado. Todo el mundo era feliz. Lógicamente, nadie entendía qué había ocurrido, como se había planteado tal escenario, los tiempos y de qué manera.
Hacía mucho tiempo que no vivían este tipo de siniestros. Falta de madurez, pubertad indefinida, posible intento de homicidio, invocaciones... un caos. Pero la sociedad había avanzado. Hablaban de sanidad, educación, energía... Una fiesta... Los habían arrancado de la monotonía. Se suponía que todas las investigaciones se llevaban desde departamentos ocultos. Ajenos a su mundo, dilatados en su esfera y realidad. Los "tabús" eran concisos y claros: No interactuar con ciertas realidades.
—Mythos. Eres el encargado... —repitió con desdén lo que le habían ordenado cuando llegó la decisión del conclave.
>>¿Cómo diablos juzgo lo que nosotros consideramos una divinidad adolescente? ¿Y bajo qué leyes?
Golpeo con su puño el espejo de su despacho.
—Si solo fuera una... resulta que habían interactuado altos estamentos de su mundo. Hasta Jonathan; ¿Cómo juzgar a Jonathan? ¿La imparcialidad en personificada? —suspiró observando los papeles de su escritorio—. Y ese tal... ¿Five? ¿De dónde diablos salió tal despropósito? ¿Es que hubo cuatro intentos previos?
Esa idea hizo que se estremeciese aún más.
<<Posible reiteración... ¡Ánimo Mythos! Siempre has sido diligente>>, se reafirmó autoconvenciéndose de su capacidad.
—Miremos un poco más... —seguía ojeando el informe completo—. Sr.Mon, Sra.Paci, Sra.Luci, Sr.Espi, Sr.Alti y el peor de todos Melo...Seis manifestaciones sin restricciones. Por muy venerados que sean en nuestra sociedad no son controlables y, por eso, ocultamos sus nombres con pseudónimos. Un simple individuo jugando con ella...
Mythos observó el reloj de su muñeca. Quedaban cinco minutos para, quizás, presenciar uno de los espantos más grandes que había conocido.
Observó las fotografías de su mesa entre un mar de papeles aparentemente desordenados. Matrimonio y sus hijos. En la pared su título de juez y su historia.
Siempre había sido el más peregrino de los jueces. Aquel que con una mirada podía observar la crueldad o la ingenuidad de un acto. Dependiendo de las etapas de su vida, había ostentado el título de "El compasivo" o "El cruel". Su ley, "Todo Efecto tiene una Reacción". Según la causa, la pena debía ajustarse a la reacción. Si la reacción era positiva podía ser una atenuante. Las causas podían ser diminutas y tener efectos con reacciones de mayor magnitud. A diferencia de otros jueces, no se guiaba por un códice obsoleto. Su visión era que nadie tiene más poder que la vida y, esta, era innegociable. Que le llamasen "cuervo" no se debía solamente a un físico extravagante, sino que, a diferencia otros jueces, él volaba metafóricamente por encima de los códices. Por eso, sin duda alguna, le escogieron a él para este caso.
En su despacho, por debajo del título de la pared, justo por encima de la silla de su mesa, colgaba su axioma en madera y letras de acero: Todo Efecto tiene una Reacción. Mide la Reacción y podrás juzgar la Causa de un problema.
—¡Es la hora! ¡Vamos allá! —se animó gritando en alto.
Abrió la puerta y se dirigió hacia la sala. Con sus hojas bajo el brazo, su limpia toga y un caminar lento y encorvado.
El pasillo del palacio se le hizo eterno. Cabizbajo, veía sus pies moviéndose ante el juicio de su vida. Siempre respetado, agachaban la cabeza cada vez que su figura se acercaba. Aunque sabía que se burlaban de él en la intimidad, nadie osaría incomodarle. Era respetado y temido. Pero, por desgracia, las burlas no eran punibles.
En la puerta de la sala vigilaban dos guardias ataviados de uniforme azul. Al verlo llegar, inclinaron sus cabezas en forma de saludo y abrieron las puertas. Uno de ellos habló en alto:
—¡Silencio en la sala! ¡Entra su excelencia el juez Mythos!
El silencio era atronador. Mythos, siempre cabizbajo, entró sin mirar a nadie. Giró a su derecha hasta llegar a las escaleras que le llevarían a su atril de madera. El juicio debía haber causado expectación porque era una mesa enorme. Una manera indirecta de decirle: "Amigo; tienes para muchas horas".
Dejó los papeles en la mesa y se sentó en la silla sin aún levantar la mirada. Aspiró fuerte y decidió mirar al frente.
La sala estaba repleta. Expectante. Todos los citados delante de él. En el medio, ella. Realmente era preciosa, no importaba que hubiese hecho, era un ser extraordinario. Joven y amada, inclusive, por la justicia.
Cogió su mazo e, intentando mantener una tez apacible, elevó la voz:
—Se abre el juicio y la causa expediente número 8965714-Omega. Se les acusa de transgresión de tabús, alteración al orden establecido, posible homicidio derivado, experimentación desleal, terrorismo y otras causas menores como robo y estafa.
Golpeó la mesa con el mazo y prosiguió:
—Empieza el juicio, el gobierno contra ELEUTERIA.
RB
Música propiedad de: Massimo Gabutti, Maurizio Lobina, Gianfranco Randone
Medieval Edit: Cornelius Link
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POEMAS Y CUENTOS; O NO (Bienvenidos AL ABSURDO y AL NO ABSURDO)
RandomUn Camarero... Una persona... Ella... Un juego... Una realidad y una ficción.