Historia 8. Navidad sangrienta.

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Historia 8. Navidad sangrienta.

Ojo: antes de leer esta historia, he de avisar que es una historia bastante fuerte con escenas duras. Si es aprensivo no siga leyendo.

Había llegado la navidad, aquellas fechas tan deseadas por muchos que deseaban disfrutar de su familia y amigos y tan denostadas por otros tantos que son incapaces de disfrutar de estas fechas tan señaladas.
Las calles estaban llenas de personas que entraban y salían de tiendas e iban de un lado a otro cargados de regalos y bolsas, entre sonrisas y cierta angustia por terminar todo lo que tenían organizado para estas fiestas mientras quedaban con amigos a tomar algo antes de irse a casa con las manos llenas a cenar con sus familias.
Personas ajenas a una mujer que andaba completamente rígida y con la mirada perdida, y que se dirigía hacia su casa con algunas bolsas en la mano tras haber ido a comprar algunas cosas necesarias a última hora. Compra que le desbarataba las cuentas del mes y por las cuales tendrían que apretarse el cinturón. Su rostro pétreo, sin ningún tipo de gesto que apenas se movía y su mirada que no se fijaba en lo que había a su alrededor, solo miraba al frente y no se apartaba si había alguien delante, haciendo que los demás tuvieran que apartarse o se chocarán con ella, sin recibir una disculpa por ello.
Muchos se quedaban mirándola sin saber qué decir o hacer ante el extraño comportamiento de la mujer.

En cuanto llegó a su casa, subió y comenzó a terminar de preparar la cena de Nochebuena. Los entrantes, el primero y el segundo, mientras que sus hijos jugaban en el salón y su marido les gritaba para que dejarán de hacer ruido y él pudiera ver la televisión. No había tregua ni tan siquiera en fechas tan señaladas. Ruidos, gritos y quejas por todo. Lo de todos los días. No paraban. Era todo tan agotador y molesto.
La mujer no podía evitarlo, cada ruido que hacían, cada grito, cada queja, cada petición era una molestia. Ya ni siquiera se digna a mirarlos a ninguno de ellos. El agotamiento que tenía por tener que cuidarlos, escucharlos, realizar sus exigencias y procurar que todo estuviera bien era angustiante. Sobre todo desde que tuvo a su último hijo hace cuatro meses, se le estaba haciendo todo muy cuesta arriba, pero que muy cuesta arriba. Cada día que había pasado desde su último parto, cualquier actividad que tenía que hacer le resultaba muy agotador, la voz de su marido le molestaba y los chillidos de sus hijos le causaban rechazo, ya ni imaginar los lloros del bebé, los cuales le producían una gran molestia. Su tristeza y malestar iban en aumento y solo tenía ganas de llorar y quedarse en cama, pero no podía hacerlo. Tener cuatro hijos no se lo permitía, debía levantarse para cuidarlos y la situación empeoraría cuando debiera volver al trabajo, no tendría con quién dejar al pequeño pues su madre había muerto hacía un año y su marido, aún estando en paro, se llevaba demasiado tiempo en el bar gastando lo poco que recibía tras años trabajando en una fábrica.

Preparó la mesa de la forma más hermosa posible, con la vajilla buena heredada de su madre y con decoración típica de la época pero que ya no estaba a la moda, pero no podían permitirse comprar nada nuevo. Había que priorizar.
Sirvió la cena tras pedir a su marido e hijos mayores que se sentaran a la mesa. Intentó mantener una conversación con su marido pero este estaba más interesado en atender a la televisión que a ella, así qué decidió que lo mejor era callarse y terminar la cena cuanto antes para poder recoger.
Sus hijos no paraban de levantarse y sentarse en la mesa y apenas avanzaban en la cena. Tenía que estar pendiente de que se sentarán y comieran. Si prestaba atención a uno para que comiera sentado, él otro se levantaba y comenzaba a llamar la atención y viceversa. Eso ralentizaba la cena y aún más cuando no recibía ningún tipo de ayuda.

Aún peleando con sus hijos para que terminarán de cenar, su marido, que ya habían terminado, se levantó de la mesa y se dirigió al sofá donde abrió otra cerveza y siguió viendo la tele sin prestarle atención.
No entendía porqué no le ayudaba tan poco era que se esforzará demasiado a lo largo del día, pero al menos en las comidas podría ayudarla y aún más en unas fechas tan señaladas.
Tras conseguir que terminaran sus platos, algo agotada, recogió la mesa y la cocina y se dispuso a acostar a sus dos hijos mayores, que estaban demasiado excitados por la llegada de papá Noel esa noche. Casi imposible que se acostaran y prometieron dormirse. Tuvo que asustarlos y amenazarlos para que lo hicieran.
Estaban muy felices. No sabían lo que se les venía encima ni lo que les iba a pasar algunas horas más tarde.

Tras dar el pecho al más pequeño, cambiarlo y dejarlo en la cuna, volvió al salón para sentarse en el sofá junto a su marido y ver la televisión en silencio. Ni siquiera miró para ella y el único comentario que hizo fue en referencia a lo mala que era su comida, y que desfachatez realizar una cena de tan mala calidad y sabor. Eso le dió rabia. Se gastaba todo en beber en el bar y lo poco que les quedaba, ella debía utilizarlo en sus hijos, así que apenas sobraba dinero para cenas extraordinarias ni opulentas. Si al menos dejase de malgastar el dinero en bebidas alcohólicas, las cosas les irían mucho mejor y podría haber hecho una cena más deliciosa. Ya no pedía que buscará trabajo, solo pedía que no malgastara el dinero y luego se quejara de lo mal que vivían o lo mal que ella hacía las cosas o lo mal que estaban. Era injusto.
Se quedaron allí, viendo la televisión hasta bien entrada la noche, momento en el cuál su marido fue a la cama, refiriendo que él estaba cansado. Ella colocó los regalos de los niños en el salón como si papá Noel hubiera venido y se acostó en la cama junto a su marido que ya empezaba a quedarse dormido. Tras llevar un buen rato en cama, el bebé comenzó a llorar.

- ¡Calla a ese niño! - gritó él con un gruñido muy molesto.

- Ya va. - dijo ella mientras se levantaba y se disponía a coger al niño para calmarlo.

Tras cogerlo en brazos e intentar calmarlo con su voz y meciendolo con todo el cariño que podía, el bebé no paraba y su marido empezó a quejarse y a llamarla incompetente y mala madre.
Comenzó a agobiarse mientras oía los lloros del niño y las quejas continuadas de su marido, que parecía más molesto en no poder dormir que en las necesidades de su hijo.
Sin pensárselo dos veces, acostó al infante en la cuna y cogiendo la almohada comenzó a ahogarlo hasta que el llanto se paró. El niño no lloraba pero tampoco se movía. Él cuerpo inerte descansaba en su cuna. Ya no volvería a oír su llanto, no volvería a agobiarla. Ya quedaría así quieto para siempre.

Hasta que volvió a escuchar las quejas de su marido porque no volvía a la cama, que quería volver a dormir. Sin decir nada, volvió a la cocina donde cogió un cuchillo. El más grande de todos y dirigiéndose a su habitación, se acercó a la cama, donde su marido tumbado, intentaba descansar. Sin pensárselo dos veces y sin que él lo viera venir y por lo tanto pudiera defenderse, comenzó a acuchillarlo con rabia y con todas sus fuerzas. No pudo apenas reaccionar, solo pudo poner sus brazos delante de su rostro para proteger su cabeza. Lo acuchilló tantas veces como pudo hasta acabar agotada. La cama y la habitación estaban ensangrentadas. La sangre había saltado, manchándolo todo, hasta ella estaba manchada de sangre.

Tras el esfuerzo realizado, tuvo que sentarse en la cama para poder descansar, pero tras escuchar un leve ruido, se acordó de sus dos hijos mayores.
Uno de ellos se había despertado con el ruido y se había levantado para ir a la habitación de sus padres y encontrarse a su madre sentada totalmente manchada de sangre y a su padre en la cama completamente muerto.

El niño gritó. Tenía miedo y era normal su respuesta. Su madre se suponía que debía ser un ser protector, no aquel ser que acababa de matar a su padre y hermano. Ella se levantó y cerró su poca con su mano mientras lo sujetaba con el brazo y lo acuchillaba en el vientre y en el cuello.
Tras soltarlo su cuerpo cayó al suelo y él niño no volvió a gritar.

Antes de que el otro se despertara y viera todo lo sucedido, o al menos se terminará de despertar, se metió en la habitación del niño y lo acabó ahogando como a su pequeño bebé. Con él tardó más, ya que no solo se defendió sino que costó bastante más trabajo que dejara de respirar y de moverse. Aún así, ante las dudas, clavó el cuchillo en su pecho dejándolo ahí. De esta manera se aseguraba de que no se levantase.

La casa estaba totalmente ensangrentada pero ella estaba totalmente agotada y necesitaba descansar. Se dirigió a su habitación donde se acostó toda llena de sangre y cansada, junto a su difunto marido. Ya limpiaría todo cuando se levantase. No había prisa. Quedó totalmente dormida. Hacía tiempo que no descansaba igual. No había hijos ni marido que la despertasen ni molestasen. Ya no había más responsabilidades. Ya no tenía que venir papá Noel a esa casa, ni ella tendría que preocuparse de nada.

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⏰ Última actualización: Dec 24, 2022 ⏰

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