SU MIEMBRO GOTEABA en la palma de tu mano, mientras la recorrías hábilmente con tu mano, pasando en pulgar por la punta mientras él soltaba un gemido desesperado, hundiendo la cabeza en el respaldo del asiento del conductor. Stiles está tu disposición, destrozándose el labio inferior con los dientes, mientras intentaba desesperadamente mover sus caderas hacia tu agarre.
Cada una de sus manos rodeaba con firmeza la circunferencia del volante, sus nudillos se ponían blanco mientras lo sujetaba sin descanso. Le sirvió como fuente de alivio, era capaz de descargar su frustración en el volante mientras suspiraba, sus orbes ámbar se cerraban mientras murmuraba tu nombre.
—Carajo. Mierda. No pares—. No tenias intención de hacerlo, y por eso aceleraste el ritmo, observándolo mientras inhalaba pesadamente por la nariz, frunciendo sus oscuras cejas al sentirse cerca. Y entonces, te detuviste, negándole tal fin al placer.—Carajo.— La saliva fue alargada, empapada de decepción mientras golpeaba su frente contra la parte superior del volante.
—¿Pasa algo, cariño?— Sonreíste, pasando tiernamente tu mano untada de presemen sobre su hombro tenso, el ligeramente tembloroso por el suave contacto, que se alzó fuertemente en contra del trato que acababa de recibir de ti.
—No.— el estabilizó su respiración, haciendo su cara sonrojada hacia atrás, y ahuecando las mejillas al rechazo del pensamiento.
Conocía tus intenciones, sabía que estaba bien, pero aún así no era suficiente. No cuando no quería otra cosa que tirarte a la parte trasera del jeep, hasta que las ventanas se empañaran, y el vehículo tuviera problemas para mantenerse sobre sus ruedas.
—Vas a ganar ese partido, ¿verdad? Si lo haces, tendrás tu sorpresa—. Apretado los dedos a los costados de tu camisa, levantando suavemente la tela, observando como sus te miraban, llenos de deseo, y algo de saliva goteando por la comisura de sus labios agrietados.
—Si, voy a ganar—. Estaba seguro de eso, le estabas dando el control que necesitaba. Desde el sujetador de cuero que se parecía al de Gatubela, con puntadas desordenadas recorriendo a propósito las costuras, era todo una garantía de que el equipo contraria iba a caer.
Y entonces bajaba sobre ti, y descubriría la ropa interior a juego, que seguramente estaba suelta alrededor de tus caderas, con varias cuerdas colgando a los lados, para dar un estilo desordenado sobre el componente sensual y abrazador de la figura.
