04. ¿Tan lindo soy que me veo de otro planeta?

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Me besó.

Conchetumare, qué hueá acababa de hacer este hueón.

Sí, para el tal Vicente, esto había sido un beso, desde su perspectiva, pero para nosotros, realmente aquello solo fue un beso en la comisura de los labios, demasiado cerca de estos últimos, demasiado.

Un cuneteado.

Trataba de procesar que era lo que había pasado cuando este ya se había acomodado nuevamente en la posición que se encontraba antes de hacer ese atrevido acto.

Lo iba a matar.

Vicente no era el único con la mirada puesta en nosotros, varios hueones más que se encontraban en el pasillo habían contemplado esa escena.

Lo iba a matar, y luego me mataría a mí.

La vergüenza no me cabía en el cuerpo. ¿Por qué había hecho esa hueá?

Mamita no respiro, llame a los paramédicos, una ambulancia, no sé. Ayuda!!

Ya que exagera'.

Segundos después ya todos nos ignoraron. Pero me gané varías malas miradas de parte de algunas minas que se encontraban por ahí. Varías.

Por la chucha, todo me tenía que estar pasando a mí.

—Te la teníai escondida socio— Lo felicitó. Lo odiaba, los odiaba, a ambos.

Me iba a ir, ya que las palabras de mi boca no querían salir. ¿Quién se creía? Declarar que era su mina y luego "besarme" sin pudor alguno y totalmente sin mi consentimiento. Estaba molesta.

¿Te molestó eso o te molestó que no te haya besado realmente?

Juro que me iba a taladrar el cerebro algún día.

Antes de lograr mi cometido, escapar de ahí. El fetichista y fresco del helao flipy me lo impidió tomándome por la cintura. Andábamos lanzas hoy tal parece.

Lo miré terrible mal, pero su amigo no se percató de eso ya qué estaba concentrado en ver al susodicho a mí lado.

—Bueno Vicente, yo me tengo que ir, después hablamos— Me miró atemorizado y tragó con dificultad, sabía que no me dio gracia lo que hizo.

—Dale, nos vemos— Respondió y se fue rápidito.

—¿Eri hueón?— Pregunté alterada. —¿Cómo haci esa hueá? ¡Y en medio de todos los culiaos!— Comencé a pegarle manotazos para desquitarme. Pero me detuvo con sus manos. La vergüenza iba a terminar conmigo.

—Cálmate, Cálmate, Cálmate— Pidió en un intento de tranquilizarme. Mi reputación se fue a la cresta.
—Fue una mentira no más, lo siento— Seguía con sus manos alrededor de mis muñecas, levanté la mirada. Se veía apenado.

Creía que con ponerme cara de perro abandonado lo iba a perdonar... Bueno, soy medio corazón de abuelita, por la chucha.

Noté que todavía seguía muy cerca de mí, así que me solté de su agarre y me ordené el uniforme que tenía todo al lote, la polera estaba por salirse de mi falda debido a los movimientos bruscos que ejercí.

¿Por qué me haces esto Virgensita? Ni siquiera era religiosa.

Por su peligrosa cercanía podía oler su rico perfume. ¿Por qué los hombres huelen tan rico?

—¿Pero cómo se te ocurre decir esa hueá?— Me crucé de brazos enojada. Me choreé.

—Ya pero quién no moriría por ser mi polola po, ojitos— Puso sus manos en los bolsillos de su pantalón, se inclinó hacia mí y relamió sus labios mientras escaneaba mi cara lentamente. Me embaracé. —¿O me lo vai a negar?— No se arrepentía en lo más mínimo, chanta.

Me debí un helao (pausada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora