Me equivoqué, la cuidad estaba horrible y eso que yo podía decir que era una chica de ciudad.
Los carruajes se habían sustituido por automóviles. Fascinantes creaciones, pero los motores no tenían el relajante sonido de los cascos de los caballos y ni siquiera podía ver quién estaba dentro.
Todo era caos.
¿Y los edificios? ¿Qué pueden decir de ellos? A mi consideración son enormes y carentes de toda lógica, a menos de que en ellos vivieran familias numerosas, lo cual, debo decir, lo ponía en duda luego de ver como un par de... eminencias cruzaban las puertas si tan siquiera saludarse.
¡Era una abominación! ¿Dónde estaban mis parques? ¿Mis saludos y cuchicheos entre las amigas, hermanas o amantes? Mi boca no pudo evitar soltar un jadeo y mi cuerpo dar un giro para adentrarme a la primera edificación. ¿Dónde quedaron mis casonas y villas? ¡Oh, mi Dios!
—¡Oh, acepte usted mis más sinceras disculpas, no quería importunarlo! —dije a un hombre con cual había colisionado en mi camino.
No entendí la mirada que me mandó ni tampoco el motivo de su nula respuesta. Solo asintió, pero un caballero como debía de ser él hubiera tomado mi mano aprovechando mi estado de soltería... Bien, él no lo conocía, pero un hombre tan interesante como él no hubiera perdido la oportunidad de cortejar a una mujer joven como yo.
El ruido exterior quedó atrás cuando las puertas se cerraron a mi paso. El papel en mi mano, con una caligrafía hermosa e impresionante, debo anotar, mostraba el mismo nombre que había en la recepción.
Me acerqué, notando que se encontraba en soledad.
—Uhm... ¿Hola? —No hubo respuesta.
Suspiré, nuevamente la tarjeta en mi mano. El número de la casa aparecía también. La lógica me decía que en ese número debía de estar el número de planta al que me tendría que dirigir.
1902.
¿La planta la decía el primer número? ¿El segundo?
Me armé de valor, así mi maleta y encaminé mis pasos hacia las escaleras.
En la primera planta descubrí que el primer número era quien dictaba el piso. Cuando caí en cuenta de que eran diecinueve pisos quise devolverme al limbo y quedarme allí.
Mi cuerpo se sobresaltó ante el sonido de un pitido a mi lado. Miré sobrecogida a unas puertas que antes no había notado que revelaron una cabina por completa gris. Mi reflejo me devolvió la mirada en el interior entre tanto una mujer salía de ahí, hablando sola.
No, no hablaba sola, le hablaba a un aparatillo pegado a su oído.
—Espera un momento... ¿Se te ofrece algo? —preguntó la mujer al notar que mis ojos se habían quedado prendados de su aparatejo. Sonreí, simulando ordinariez.
—Solo observaba la finura de tus pendientes. Me preguntaba qué diseñador tuvo el exquisito gusto para crearlos.
La sonrisa partió su rostro en dos. Su mano voló a uno de sus pendientes.
—¡Gracias! Los conseguí en la intercepción a dos cuadras, en la joyería de la esquina. Son una copia de unos Tiffany's.
No entendí de qué hablaba, así que solo asentí.
—Si me disculpas —dije, analizando la pared porque las puertas de la caja metálica se habían cerrado.
Al lado había dos botones. Le di al de la flecha hacia arriba, pretendiendo que sabía lo que hacía. Nadie tenía por qué tener pista de mi insulso conocimiento en la época.
ESTÁS LEYENDO
¿Quién flechó a Cupido?
FantasySe dice que después de la muerte nadie puede asegurar qué vendrá... Marié sí puede: si no crees en el amor, estás condenado a hacer de cupido hasta que te convenzas de que sí existe para alcanzar la bella eternidad. Después de todo, el paraíso es un...