Tuve que esperar a Darrell mientras estaba en sus clases al día siguiente, pero no me importó porque tenía el celular cargado, los audífonos de él, lo que decía que se llamaba internet y una aplicación de películas. La noche anterior nos habíamos visto una llamada «Orgullo y prejuicio» y me había pasado todo el día viendo películas de época, de cosas que reconocía, aunque debía decir que a esas tramas le metían, a veces, mucho de actualidad, pero el señor Stone me había creado una pequeña adicción por esas películas, porque no pensaba parar. Justo en ese instante veía «El perfume», una película que me estaba dando algo de miedo, pero que no podía dejar de mirar. Era tan adictivo que ni siquiera estaba pensando en mis preocupaciones ni en la salida que tenía el señor Stone a la noche con la señorita Raquel.
Me sobresalté cuando pusieron un morral sobre la mesa con fuerza. Miré a Darrell, el culpable, cuando se sentó a mi lado y sin pedirme permiso pausó mi película.
—Hola, hola, señorita de mil setecientos. —Lo observé, quitándome los audífonos.
—¿Puedo preguntar qué lo tiene tan feliz? —Se encogió de hombros.
—No lo sé, quizá solo dormí bien.
Miré al vacío por un segundo, distrayéndome gracias a mis recuerdos de haberme despertado muy cerca de un hombre que había pasado su pierna sobre mi menudo cuerpo.
Carraspeé, parpadeando y acomodándome en mi asiento.
—Permítame dudar de sus palabras; de camino a aquí no parecía tener un humor especialmente alegre.
No pudo decirme algo más gracias a la llegada de otras tres personas a la mesa. Me pareció desubicado y descortés la forma escandalosa en la que llegaron y simplemente se sentaron. Dos chicas quedaron en frente de mis ojos y un chico se quedó parado cerca de ellas, detrás de la silla conjunta en la que estaban.
—¿Por ella saliste corriendo de clase sin esperarnos? ¿Eh, perro? —Mis ojos se abrieron y estoy segura de que mis cejas se alzaron con sorpresa y algo de terror ante el tono y palabras del hombre. Al parecer me rodeaba de malos modales y educación precaria.
Darrell resopló y viró los ojos.
—Chicos, les presento a Marié, ella es... la hija de una amiga de mi madre. Está de visita en la ciudad. Marié, ellos son mis amigos, Luis, Lucre y Mony.
—Oh, es un placer. —Hice una pequeña reverencia hacia ellas, sin saber muy bien si en esa época en presentaciones debía levantarme o no, pero ellas no hicieron el intento de pararse, así que me quedé en el lugar en el que estaba, sintiéndome cohibida.
—Que acento tan raro tienes —dijo una de las chicas—, me gusta. ¿De dónde eres?
Titubeé y tartamudeé mirando a Darrell.
—Es de aquí, de un pueblo al norte, solo que... hmm... ella y su madre eran amish, se está acostumbrado a esta vida, ya saben.
¿Amish? ¿Qué era eso?
—No sabía que aquí hubiera amish —volvió a decir la chica, pero luego se encogió de hombros y me sonrió—. Imagino que debe ser difícil adaptarte a la vida normal.
Vida normal... para mí no era normal que ella tuviera una perforación en su nariz, así que su «vida normal» por supuesto que no sería normal para una chica como yo.
—Sí, sus... métodos suelen confundirme, pero con la ayuda del señor Stone estoy aprendiendo un poco más de la sociedad de... de afuera de mi... pueblo.
El chico, Luis, se rio entre dientes.
—Mony tiene razón, hablas como si fueras una estirada.
—¿Perdone? —exclamé imaginándome a mí misma en una de las máquinas de tortura de las que solía hablar Kathe.
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¿Quién flechó a Cupido?
FantasySe dice que después de la muerte nadie puede asegurar qué vendrá... Marié sí puede: si no crees en el amor, estás condenado a hacer de cupido hasta que te convenzas de que sí existe para alcanzar la bella eternidad. Después de todo, el paraíso es un...