Flecha 6

10 1 1
                                    

El camino de vuelta a casa fue muy silencioso porque mi mente estaba muy saturada como para pensar en algo más que no fuese ese aparatejo que hablaba y te regalaba información. Era como una biblioteca muy pequeñita y parlanchina.

Darrell se burló un poco de ese hecho, pero el frío lo calló en cuanto se coló gasta sus huesos. Debía poner a su favor que el pobre hombre en ningún momento se arrepintió de haberme dado su abrigo. Solo salí de mis pensamientos en el momento en el que mi acompañante corrió hacia la carretera y silbó. Entendí, cuando un auto amarillo frenó y él abrió la puerta.

Mordí mi labio para retener la emoción y, al mismo tiempo, el temor.

—Vamos, Marié, hace frío y no caminaré hasta el apartamento. Sube, esto es seguro.

Decidí confiar porque de igual forma no podía morir dos veces, así que subí teniendo mucho cuidado con mi falda.

El asiento interior era cómodo y la tecnología al interior del vehículo me impresionó, aunque no se veía tan aparatoso como el pequeño celular.

Darrell se subió luego de mí e indicó la dirección. El andar del auto se sintió incluso menos que el subir de la caja metálica de la torre, lo cual también me impresionó, solo hasta que paró y el movimiento me hizo ir hacia adelante, siendo muy parecido a los carruajes. No duramos mucho tiempo dentro de la cabina porque estábamos cerca del hogar del hombre a mi lado, así que esperé y Darrell pagó antes de bajarse. Me corrí en el asiento y esperé a que el caballero me tendiera una mano para poder bajar con propiedad, pero, en lugar de eso, corrió dentro del edificio.

Miré indignada su correr hasta que el dueño del vehículo me llamó la atención y tuve que bajar por mi propia cuenta. Agradecí que la distancia entre el asiento y el suelo no fuese tanta como en época, pero debía hablar con el señor Stone sobre buenos modales en un caballero.

Zapateé hasta que alcancé a mi supuesto acompañante. Al menos tuvo la decencia de esperarme en la primera planta. Estaba lista para comenzar mi diatriba cuando me vi interrumpida por él.

—Arriba tengo otro celular, no es tan bueno como el que tengo ahora, pero te servirá para que te acostumbres a la tecnología.

¿Me daría un celular? ¿Yo tendría uno?

Solo pude sonreí y seguirlo dentro de la caja móvil.

—¿Sabe usted, Darrell, que una mujer se enamora, en principio, por lo que hacen por ella?

Él me dio una mirada de reojo.

—Te daré el libro de los cinco lenguajes del amor para refutar esa frase. —Lo miré confundida. Él sonrió—. A todos nos gusta que hagan cosas lindas por nosotros, pero no a todas las mujeres se les enamora de esa forma, Marié, a eso me refiero.

—Bueno, pues no lograrás enamorar a alguien si no tienes esos pequeños detalles importantes y que parece que en el ahora se han perdido.

Sonrió más grande.

—¿Me acabas de tutear? Vaya, eso es un avance. ¿Y en qué pequeño detalle te fallé que me estás reprochando eso?

—¿Quizá en dejarme sola en la calle o en ignorar el hecho de que su mano hubiera sido un buen apoyo al momento de salir del vehículo?

Se rio un poco por lo bajo.

—Oh, cielos, no pensaba que necesitases ayuda para bajar del taxi.

—No es el hecho de necesitar ayuda, porque, en efecto, puedo sola, es el hecho de sentir que su atención, preocupación y afectos están en mí. Inténtelo con cualquier mujer, incluso con su madre, y verá que sus comportamientos hacia con usted se verán mejorados en cuestión de días. Es un consejo que no solo le doy para que lo aplique conmigo, sino para que lo aplique al momento de conquistar.

¿Quién flechó a Cupido?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora