Flecha 8

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El suelo estaba encharcado cuando entramos. Miré con horror todos los elementos de la sala y la cocina empapados gracias a mi pequeño descuido.

Aunque pensé que no podía llorar, mis ojos se encharcaron también.

—¡Lo siento demasiado, señor Stone! Ya verá que dejaré todo como si nada hubiera pasado.

Él respiró profundo unos cuántos pasos lejos de mí.

—¿Sabes que las cosas tecnológicas no se pueden mojar? Posiblemente los parlantes, el microondas... debo llamar a que revisen las redes eléctricas... —suspiró y me miró. Veía que estaba conteniendo la ira, así que agradecí que no explotara porque me consideraba muy sensible.

—Lo siento —repetí. Él me volvió a mirar, aun viendo el daño. Él acababa de hablar con un hombre que le había dado lo que a mí parecer fue un reporte hablado de lo sucedido. Gracias a mí, mi poca experiencia y mi descuido, se había formado un pequeño incendio que el sistema de riego del edificio había apagado. Se había activado el sistema de la cocina y el de la sala, por lo que las demás habitaciones se encontraban secas y sin daños—. ¿Un microondas cuesta mucho? Quizá yo podría...

—¿Conseguir un trabajo en menos de dos semanas para pagarlo? —Asentí.

—Sé coser, cocinar, bordar, toco un tanto de piano y mi voz en el canto no es mala. También sé dibujar, soy buena en las matemáticas y...

—Marié, se acabarían las dos semanas antes de que logres conseguir un trabajo y lo que te paguen no sería suficiente. Llamaré al servicio de lavado para los muebles y veré el daño.

Me quedé rezagada en una esquina mientras lo veía a él moverse por todo el lugar. Me sentía incómoda y mal, sin saber qué hacer y qué decir, por lo que solo me fui como perro regañado a la habitación. Poco después, él entró a ella con el televisor a cuestas, las mangas remangadas y unas herramientas en su mano.

Lo miré trabajar y probar con el televisor en silencio, solo observándolo.

Un hombre de época, al menos lo que conocí y fueron mis pretendientes, al mínimo error que cometiese me reprendían sin importar si mi padre estaba cerca o no, incluso uno intentó pegarme en un baile en el que se suponía que me estaba cortejando mientras estaba en compañía de papá y Emma. Darrell parecía tener mucha paciencia o mucha más educación para no haberme dicho algo más que eso, aunque tampoco supe si era alcahuetería de su parte.

—Señor...

—Darrell, Marié, Darrell —me interrumpió con voz brusca mientras encendía el televisor, pero él siguió sin mostrar imagen. Él suspiró y me miró—. Si quieres pagar el daño, la mejor forma sería que me tutearas de una maldita vez.

Carraspeé ante su gruñido.

—Mi forma de hablar no cambiará que sus electrodomésticos funcionen de nuevo. ¿Qué se dañó de la cocina? ¿Puedo saberlo? —Él negó.

—Por fortuna, solo el microondas y el tostador, lo demás parece funcionar bien. Si se hubiese dañado la nevera... —se restregó el rostro y se dejó caer en la cama—. Mierda, tendré que tomar más trabajos si quiero reponer todo esto.

—¿No cuentas con una pensión mensual? —Él se rio sin muchas ganas.

—Hace mucho se dejaron de usar las dotes, Marié. Muy pocos reciben ahora una herencia jugosa y buena, y yo tengo a mis padres vivos, tienen dinero, pero... yo no soy ellos, eso no me corresponde a mí por ahora. No me gusta pedirles, aunque sé que me lo darían, me gusta trabajar por lo que consigo.

—¿Qué hace... tu padre? —pregunté llena de curiosidad.

—Es corredor de bolsa y tiene unas cuantas inversiones aparte en unos supermercados —respondió, dejándome en blanco. Lo notó, así que chasqueó la lengua—. Luego te lo explico. Mi madre, por otra parte, es agente inmobiliaria.

¿Quién flechó a Cupido?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora