Alfonsina Pitrelli

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Desde mi infancia sabía que algo oscuro me esperaba en un futuro, algo malo pasaba en mí que a las otras niñas no les pasaba, yo era capaz de pensar más allá de las preguntas inútiles que pudieran llegar a hacer las personas de mi edad. Trataba de buscar respuestas que sólo yo podría responder, tenía muchas dudas sobre mí misma, pero por más que buscara y buscara, algo estaba incompleto en mí, algo me faltaba por descubrir.
Jamás me imaginé que ese futuro oscuro, sería en un futuro que yo ahora llamo presente, en donde ya no sé qué hacer con mi vida y me encuentro totalmente perdida.

La muerte es uno de los mayores regalos que te da la vida, se lleva a nuestros seres queridos como ofrenda al altar de un gran ser superior, superior a cualquiera de nuestros conocimientos y todo lo que podríamos llegar a comprender en este plano terrenal, se lleva a nuestros grandes amores para jamás regresarlos, o por lo menos no regresan en la forma que los conocimos. Según como nos enseñaron, las buenas personas que predicaron la palabra del señor, la gente generosa y de corazón noble, van al cielo. Me parece totalmente estúpido que tengamos un modelo de vida al que las personas consideran perfecto.
Yo no quiero ser perfecta, porque lo perfecto se rompe y nunca vuelve a ser igual a lo que fue. Prefiero estar llena de errores, porque si cometo uno más, nadie lo notará.

De todos los nombres que extisten al rededor del mundo, mis padres eligieron llamarme Alfonsina, cómo Alfonsina Storni, la célebre poetista argentina. Mi nombre significa "Guerrera preparada para el combate", supongo que mis padres no sabían lo que me preparaba el futuro, realmente no estoy preparada para lo que debo combatir ahora mismo. Me enfrento a una guerra contra mi misma en la cual no estoy lista para pelear, pero yo nunca estoy dispuesta a perder. Soy el peor enemigo que podría haberme tocado para batallar, no sé nada de mi misma, no conozco mis fortalezas y debilidades, a veces siento que estoy en un cuerpo que no me pertenece y solo puedo ver expectante todo lo que sucede a mi alrededor.

Tengo diceciseis años y hasta ahora mi vida va en decadencia, he vivido cosas que los demás consideran eventos traumáticos, pero para mí tan solo fueron cosas que forjaron mi carácter. Me ven con ojos de vulnerabilidad cuando se enteran de mi historia de vida, la verdad es algo crudo de vivir para una chica tan jóven, pero no me afecta en lo más mínimo. Nací cuando mamá tenía veinticinco años y papá veintiséis, ellos convivieron juntos hasta mis tres años de vida, pero se separaron luego de que papá le confesara a mamá que estaba enamorado de otra mujer. Desde la confesión de mi padre, sentí como mi mamá se fue rompiendo poco a poco, su incapacidad de valerse por sí misma llegó a tal punto que dejó su trabajo y nos vimos obligadas a vivir en la casa de mi abuelita Laura, quien nos cuidaba a ambas.
A pesar del poco dinero, Laura jamás dudó en cuidarnos y darnos hospedaje, ella fue el ser más dulce que he conocido y lamento mucho que no esté ahora conmigo porque desearía escuchar un consejo suyo.
La aflicción de mi madre no se debía al mudo de perder el amor de papá, en realidad, al irse mi padre dejaríamos de tener muchas comodidades a las que estábamos acostumbradas, mi mamá se dió el permitido de tener un trabajo de pocas horas ya que el dinero de mi padre nos alcanzaba perfectamente. Al año siguiente le diagnosticaron depresión severa, mi padre pensó que ella no estaba psicológicamente capacitada para cuidarme y protegerme, así que quería llevarme a vivir con él, pero mamá no lo dejaba ni siquiera verme, papá nunca peleó realmente por mi custodia porque sabía que yo era todo lo que mi madre tenía, así que me visitaba en algunas ocasiones.
Recuerdo lo arruinada que estaba mamá, su piel pálida, casi azulada, su mirada era oscura y cada vez que me miraba sentía como un escalofrío me acariciaba la espalda. Solía pasar horas en la tina, era el lugar que más le gustaba, yo me sentaba en el lavabo del baño para cuidar a mamá mientras ella estaba en el agua, ni siquiera se movía, ni una sola palabra se escapaba de sus labios. Siempre era así, no recuerdo haber hablado mucho con mi madre, solo decía lo necesario para que supiéramos que se encontraba bien, ella simplemente estaba allí, casi imperceptible e inexistente.

Ellas son Inocentes Donde viven las historias. Descúbrelo ahora