IV

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Los días en el campo comienzan temprano y terminan tarde, siempre son agotadores, largas horas bajo el ardiente sol, mucho trabajo que hacer; pero esos días en especial habían sido un infierno, no solo por los murmullos a sus espaldas, ni por las burlas o insinuaciones hacia su esposa, sino porque algunos de esos imbéciles que se decían compañeros de trabajo, faltaban sin razón a sus labores, eso dejaba más carga sobre el resto.

Recién había regresado de dejar a Izuku en la iglesia, cuando se encontró al resto de trabajadores comiendo bajo un improvisado techo que habían construido para refugiarse un momento del sol de mediodía. Al parecer, aún podía tomarse unos minutos para descansar.

Llegó para sentarse en el suelo de tierra, en medio del resto, alguien le pasó el cántaro que llenaban de pulque y bebió, ya estaba acostumbrado a la extenuante rutina.

—Le diste una lección a ese soldado español —celebró uno—. Hoy vino otro en su lugar, ya te han de tener miedo.

—¿Y cómo está Izuku? —preguntó otro—. La asustaste, y luego los chismes de las otras viejas en la iglesia, pobrecita, debe estar preocupada.

—Siempre hay una forma de calmar a una mujer preocupada y tratándose de Izuku, más vale que le cumplas bien eh —remató un tercero.

Katsuki miró con seriedad al último hombre, puso esa misma mirada antes de lanzar el primer golpe contra el español que llamó "mujerzuela" a su esposa.

—Perdón compadre, es una broma, no se enoje —se defendió riendo con nerviosismo.

—Sigue bromeando y vas a acabar como el español —se burló uno.

—Con la nariz rota y chillando como vieja —completó otro riendo.

Eso causó las risas de todos, ese niño español que llegó presumiendo y hablando sobre las mujeres del pueblo terminó en el suelo, cubierto de sangre y lágrimas. Todos habían callado sus quejas cuando se dijo algo sobre sus esposas o sus hijas, solo Katsuki encaró al hombre cuando mencionó a Izuku. Lo que pasó después, todo el pueblo ya lo sabía, solo permaneció escondido el asunto de los idiotas que golpearon a Katsuki al llegar a prisión, aunque nadie tenía porqué enterarse, mucho menos Izuku.

Las risas cesaron, todos permanecieron en silencio mirando más allá de los campos, hacia la colina donde comenzaba el bosque.

—Deberíamos apurarnos, quiero irme antes de que caiga la noche…

—¿Tan grandote y te da miedo la oscuridad? —se burló uno.

—No es eso, ¿no te enteraste de lo que le pasó al Pedro?

—¿Pues qué le pasó?

—Dice que vió al Charro negro, lo encontraron antier en la madrugada, estaba en el camino entre el bosque, iba pa´ su casa. Estaba todo asustado, delirando, hasta fiebre le dió. Y no deja que gritar que el Charro negro y que el Charro negro…

—¿Quién es el Charro negro? —se atrevió a preguntar Katsuki.

El resto guardó silencio, mirándolo.

—¿Pues cuántos años llevas en México?, ¿apoco nunca has escuchado del Charro negro?

Izuku quizás lo había mencionado alguna vez, por su afán a la lectura ella estaba más al tanto de lo que sucedía con ese tipo de cosas. Pero él no tenía ni idea.

—Es un espíritu que vaga por las noches, viene a cobrar a quienes le deben al diablo. Si te lo encuentras, puede ofrecerte riquezas, mujeres, pero jamás debes aceptar un trato con él.

—¿Por qué no? —preguntó con genuina curiosidad.

—¿No escuchaste la parte del diablo?, sordo —regaño uno—. No se aceptan tratos con el diablo, nunca, si te lo encuentras, bajas la mirada y te vas.

Llorona (KatsuDeku)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora