VI

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Aquel día, la luz del sol aún no iluminaba el pueblo, y ella ya estaba en la iglesia, pues la fiesta de día de muertos se acercaba y había mucho trabajo que hacer. Luego de dejar a su pequeña, que aún dormía, en los brazos de la madre Penélope, fue directo a la cocina, había muchas cosas que cocinar y mucho por limpiar.

—¡No puedo creer que esas chiquillas hayan decidido irse de fiesta en lugar de quedarse a ayudar! —escuchó el grito de la voz de María.

Al cruzar el umbral, la encontró luchando por inclinarse para sujetar una cacerola de barro. Su embarazo progresaba, y ella seguía insistiendo en esforzarse demasiado. Izuku llegó justo a tiempo para ayudarla.

—¿Qué haces por aquí tan temprano?, ¿quieres que me de un infarto?, no soy partera —regañó Izuku, haciéndola a un lado para recoger ella la cacerola.

—¡Esas niñas españolas, les dije que tenían que estar aquí temprano!, y no creerás, las monjas dicen que anoche todas se colaron a una fiesta en otro pueblo, no me lo puedo creer, son unas irresponsables, saben que hay mucho trabajo que hacer aquí —continuó quejándose, luchando contra las verduras que había sobre la mesa.

Izuku suspiró, sería un largo y agotador día. Muchas mujeres que eran voluntarias no podían ayudar siempre, la única ayuda que tenían para cuidar de los huérfanos y limpiar eran las monjas, por desgracia, ellas tenían sus propias ocupaciones.

—No sirve de nada quejarnos, mejor nos apuramos con esto —dijo resignándose.

Se agachó para acomodar el desastre que María había hecho con las cazuelas que se guardaban debajo de la enorme mesa de madera, en el centro de la gigantesca cocina.

—Por cierto, ¿dónde está Eri? —siguió María, cambiando la rudeza en su voz, por su característico tono amable.

—Durmiendo en la habitación de la madre Penélope —suspiró—, sé que es muy temprano, pero no iba a dejarla sola.

—No, tú no lo harías… —murmuró María — Sabes, aún me cuesta mucho creer que alguien tuvo el corazón para abandonarla de ese modo tan cruel...

—Lo sé —respondió ella—, no puedo creer que exista un monstruo capaz de hacerle eso a una niña.

—El mundo está lleno de gente loca —remató María, mientras pelaba sus papas—, pero al menos, ella se ve muy feliz con su nueva mamá.

Una hermosa sonrisa adornó las facciones de Izuku, a pesar de estar hincada sobre el suelo, sosteniendo en sus manos las ollas polvorientas, sabía que era afortunada de tener a su Kacchan y ahora a Eri, por fin, podían ser una bella familia.

—Con una madre tan delicada y hermosa, cualquiera sería muy feliz —la voz del general Posada llegó a ellas desde la puerta de la gran cocina.

Al verlo, el par de mujeres lo saludaron cálidamente. El general les devolvió una sonrisa amable.

—¿Sabrá alguna de ustedes, mis queridas damas, dónde está mi hija? He estado un buen rato buscándola y resulta que no está ni en los jardines, ni en el campanario —dijo, jugando desinteresadamente con el ramo de flores que sostenía entre sus manos.

Izuku y María se miraron, la de largos cabellos esperaba que María respondiera esa pregunta, pero la otra pareció no querer ser la portadora de tan malas noticias.

—¡Todo el pueblo ya lo sabe!, ¡¿cómo es que no se ha enterado?! —gritó desde el pasillo la abadesa—. Su niña y el resto de jóvenes del pueblo se fugaron anoche a una fiesta en el pueblo vecino, ya me enteré, que inventaron que ayudarían en la iglesia toda la noche. Es increíble su irresponsabilidad, y cuando regresen, voy a hablar seriamente con todas. Mire ahora, solo tengo a María, a Izuku y a un puñado de siete mujeres más para hacer las labores, esto es simplemente una terrible muestra de mala educación.

Llorona (KatsuDeku)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora