II

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Un día más ayudando en las labores de la iglesia, otro día soportando los murmullos a sus espaldas. Pero esta vez, no pudo contener la sonrisa de satisfacción que iluminó su rostro toda la mañana. A medio día, Katsuki había dejado su trabajo por unos minutos, había cabalgado de regreso a casa y la había llevado personalmente hasta las puertas de la iglesia. Fue una sorpresa para todo el mundo, ver al soldado extranjero bajar a su esposa del pura sangre en el que cabalgaban, para luego quitarle el rebozo y dejar a la vista su largo cabello. Le había comprado un regalo, una corona de flores, la cual puso sobre su cabeza, al tiempo que besaba su frente con ternura, luego bajó hasta sus labios y la sujetó de la cintura, permaneció ahí, mostrándole a todos los que paseaban por la plaza que ella era su esposa, que ella le pertenecía y él le pertenecía a ella.

Cuando se quedaron sin aliento Kacchan se separó, se despidió sonriendo y ella permaneció ahí, viéndolo desaparecer entre las calles, montando su caballo. Él le había prometido que iría a buscarla cuando terminara su jornada.

Luego de pasar la mañana ayudando con las labores de limpieza como siempre lo hacía, el pastor la llamó a su oficina. La envió fuera de la iglesia a conseguir algo con el tendero. Algo en su ser le dijo que el pastor estaba confabulado con los hombres del pueblo. Al parecer, según María, él quería presumir ante los españoles, quería mostrar la belleza que había en su pueblo, aunque Izuku no hubiera nacido en el país, ya era parte de él.

Katsuki le había quitado el rebozo, había dejado su cabeza desprotegida, ese testarudo había dicho que le gustaba su cabello suelto, por la mañana él mismo lo había cepillado, y ahora era como si también quisiera presumirlo, adornándolo con flores y dejándolo bailar con el viento. Parecía que ese día, todos los hombres en su vida estaban de acuerdo para avergonzarla tanto como fuera posible. Con esas ideas en su cabeza, fue imposible ocultar el sonrojo que matizó sus mejillas.

Estaba caminando a paso lento por las calles, sujetando contra su pecho el paquete que le dió el tendero. Cuando los soldados españoles que realizaban sus ejercicios vespertinos la saludaron, solo pudo corresponder con una sonrisa, y cuando todos silbaron y la halagaron estaba tan avergonzada que tuvo que correr de regreso a la iglesia, enterneciendo a los hombres con sus acciones, pues a pesar de ser casada, a sus ojos era tan tímida y recatada como una quinceañera.

María la vió entrar y cerrar las puertas tras ella. Estaba tan sonrojada que tuvo que hacer un poco de aire con sus manos contra su cara, necesitaba calmar el calor que sentía en el cuerpo.

—¿Ves lo que pasa por ser tan bonita? —bromeó María.

—No soy bonita —se quejó, entregándole el paquete.

—¿No?, preguntale a cualquiera en el pueblo y te dirá todo lo contrario, no seas modesta, eres preciosa, de hecho, deberías participar en el concurso de catrinas, seguro que ganarías —dijo cada vez más emocionada.

—Ni hablar, no puedo con tantos ojos sobre mí.

—Es una lástima, porque seguro deleitaría a todo el pueblo con su belleza, señorita —interrumpió una voz masculina, profunda y melodiosa.

Se trataba de un militar español que las miraba desde la distancia, sonriendo ampliamente. Era un hombre alto, de cabello negro y profundos ojos del mismo color, que vestía una elegante gabardina azul, con hombreras doradas y medallas adornando su pecho. El hombre se acercó a ellas, caminando a paso lento, dando una rápida mirada a María, para luego concentrarse totalmente en Izuku.

—Soy el general Posada, es un placer conocerlas —dijo el hombre, extendiendo su mano.

María se presentó ofreciendo su mano, el hombre besó su dorso con ternura. Después fue turno de Izuku, imitó a la otra mujer y el general hizo lo mismo con su mano, acariciándola más tiempo del debido, plantando sus ojos negros sobre ella.

Llorona (KatsuDeku)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora