III

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No dejaba de preguntarse desde hace cuanto los murmullos a sus espaldas se habían vuelto tan frecuentes. Pero ahora, no solo eran las españolas, está vez, incluso las monjas se unieron a los rumores, lo sabía, todas hablaban de la discusión del día anterior, hablaban de cómo el general y su esposo estaban peleando por ella, exagerando como siempre, alguien había dicho que el general la beso, puras mentiras de mujeres sin escrúpulos.

Pero esa conversación que sostenían las monjas en la habitación conjunta, fue la que más le dolió.

—Sí, los hombres dicen que cuando ha llegado a estar ebrio habla de su familia, a ella la halaga por supuesto, la ama, pero ha mencionado niños, es una pena, parece que es ella la que no puede concebir —dijo una con preocupación.

—Pobrecilla, Izuku es tan buena y tan atenta, pero supongo que no es perfecta —habló otra.

—Tal vez podrían adoptar a alguno de los niños del orfanato —dijo una tercera.

—Sabes que no es lo mismo, los hombres siempre quieren un niño de su linaje, uno con el que compartan sangre.

—La niña española, Teresa, ha estado hablando de casarse con Katsuki, no quiero imaginar lo que pasará con Izuku si se queda sola.

—No digas eso, Katsuki jamás la dejará, has visto cómo la mira, eso es amor…

—De amor no se vive querida, siempre se puede desear una vida mejor, una familia feliz, eso lo puede tener con Teresa; con Izuku lo espera una vida de campesino y una familia de dos…

No pudo escuchar más, salió en secreto, sin que alguna se diera cuenta que siquiera estaba ahí.

Sabía que su Kacchan jamás la dejaría, pero algo de todo eso le partió el alma, sabía que Katsuki soñaba con tener niños, habían hablado de eso antes de ser pareja, fue una de las razones por las que Izuku se negó al principio. Pero estar tan enamorados los hizo olvidar ese detalle, y ahora, años después, al parecer fue solo Izuku quien lo olvidó.

Detuvo sus pasos cuando se halló frente a una de las enormes vitrinas de cristal, una que había limpiado con tanto esmero que le devolvía su reflejo.

Fue algo instintivo, tantos años vistiendo esas faldas que pareció que incluso él estaba haciéndose a la idea de que era una mujer, pero fue solo con toda esa situación que se dió cuenta, él jamás podría serlo. Sin importar qué tan bella fuera, cuanto se adornara con flores, nunca sería capaz de darle hijos a su Kacchan.

Por impulso, se paró de perfil frente a su reflejo, imaginando ver su imagen como la de María, imaginando cómo sería sentir un pequeño ser creciendo en su interior; cómo sería tener un bebé suyo y de Kacchan entre sus manos, no sé dió cuenta en qué momento puso sus manos sobre su abdomen y lo acarició con ternura, cómo si ahí dentro ya hubiera un pequeño creciendo. Entonces lloró, ocultando sus ojos con sus manos, no podía creer lo que estaba pasando por su cabeza, de hecho, no podía creer que le hubiera dado el sí a Kacchan aquel día sin medir todo lo que sucedería.

—¿Izuku? —preguntó la madre Penélope a sus espaldas.

Detuvo sus sollozos y se limpió las lágrimas, no podía dejar que la vieran así.

—Perdóneme por favor, estoy perdiendo el tiempo…

—No pequeña, sé lo que haces —confesó la religiosa, acercándose para protegerla entre sus brazos—. Es difícil lo sé, pero confío en que nuestra madre Tonantzin te hará el milagro, pronto querida, tendrás a los niños que tanto anhelas.

Sus sollozos aumentaron de intensidad, mientras se aferraba al hábito de la madre Penélope. Porque solo él y Kacchan sabían que ese milagro jamás les sería concedido. La amable mujer solo pudo reconfortarla con arrullos y caricias, sin embargo, ninguna palabra serviría de consuelo.

Llorona (KatsuDeku)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora