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Las dos presentaciones que seguían al gran premio mundial eran espectáculos destinados a la recreación y festejo del espíritu deportivo, donde no había medallas ni grandes puestos en juego, sino la buena disposición de los patinadores de efectuar una exhibición en beneficio de grandes corporaciones de ayuda humanitaria, donde el público y la prensa más especializada en deportes se reunía en un ambiente casi familiar a disfrutar de su deporte favorito en una fiesta que ya era tradición.

Eran los mismos participantes, generalmente luciendo los mismos trajes y haciendo las mismas rutinas, pero era costumbre que nadie faltara a aquellos encuentros amistosos, y por supuesto Hyunjin y Jeongin no fueron la excepción.

A diferencia de sus compañeros, todos más relajados y sonrientes sin la presión del puntaje pesando sobre sus hombros, Jeongin precalentaba nervioso y concentrado, decidido a escuchar a su padre y desoír el dolor de su pierna, que no había hecho más que crecer a pasos agigantados desde que ganara la medalla plateada. Hyunjin, por el contrario, ocupaba toda la pista en largos deslizamientos, saludando al público que parecía querer derrumbarse sólo para tocarlo, recogiendo las flores, osos, cartas y demás obsequios que le arrojaban, deteniéndose aquí y allá para saludar a alguna intrépida jovencita desesperada por un autógrafo, y en el mejor de los casos, un beso, que él concedía con la indulgencia de un santo.

—Pendejo de mierda —murmuraba el señor Yang mirándolo con un gesto que no acompañaba sus palabras, mientras daba instrucciones a su hijo—. Quiero que lo destroces, quiero que lo hagas ver como el idiota que es, ¿me oyes? Tenemos que vencerlo, vamos a demostrar que es un infeliz, mocoso presumido...

Jeongin prefería no responder, estirando con cuidado su pierna herida, asegurando sus patines, echándole rápidas y furtivas miradas a su competidor, que por lo visto había decidido ignorarlo por completo.

O así parecía al menos hasta el momento en que se rindió un pequeño homenaje al país de cada uno de los patinadores. Cuando las primeras estrofas del himno ruso comenzaron a sonar, Hyunjin echó una rápida mirada a Jeongin. Sus ojos enviaban una advertencia, eso era claro, aunque no había violencia en su mirada. Pareció negar con la cabeza, en un gesto rápido y casi imperceptible, pero cuando el americano quiso captar el mensaje observándolo con más atención, Hyunjin ya miraba al frente con la mano en su pecho, entonando su canción patria como si nada más importara.

Tenía un aspecto impecable en su ajustado traje negro, con detalles en el pecho y puños dorados que contrastaban con su cabello negro, que le caía sobre la frente en un estudiado descuido. Un look casual seguramente planeado para romper con la imagen glacial que podía infligirle su mirada, siempre penetrante, demasiado rígida para tratarse de un joven (costaba creer que tal prodigio sólo tuviera 21 años). Era alto, delgado, de espalda fuerte y aspecto masculino, con un trasero redondo y una energía incapaz de ocultar aún cuando permanecía estático y con la mirada fija.

Jeongin, en cambio, tenía un aspecto delicado y suave, con un aire mucho más andrógino si se lo comparaba con su par ruso. Ya fuera por su edad o por su complexión física, era un poco más bajo y delgado que Hyunjin, con un rostro de facciones refinadas y una sonrisa tímida y encantadora, que capturaba la atención de chicos y chicas por igual. También tenía cabello negro pero algo salvaje, que solía cambiar según sus gustos, siendo el marco perfecto para su rostro pálido y agudo. Aunque sonreía con frecuencia y tenía muy buen trato con sus fans, sus ojos verdes eran tristes, siempre ocultos tras un velo de desdicha que ni siquiera el premio más esperado podría haberlo quitado, transmitiendo así una sensación de nostalgia que ni sus admiradores más acérrimos podían negar.

Jeongin era un mar profundo plagado de secretos.

Hyunjin una caja fuerte llena de misterios.

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sangre sobre hielo ✦ hyuninDonde viven las historias. Descúbrelo ahora