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Cuatro pegasos blancos decendieron desde el cielo, tirando de una carroza que transportaba a algunos sirvientes que pertenecían al palacio del Olimpo. Proteus salió a recibirlos cuando su llegada fue notificada, ya sabiendo el motivo de su visita.

—Proteus, aquí están las plantas que  ordenó— Hermes fue el primero en abandonar el transporte, señalando el interior del mismo.

El sirviente de Poseidón se acercó para examinar el recado, asegurándose de que realmente fuesen las solicitadas. Asintió cuando todo estuvo en orden, indicándole a la servidumbre que lo siguieran directo a los jardines donde las nuevas plantas serían ubicadas.

—Mi señora— saludó al encontrarse a la presencia femenina.

Una sedosa cabellera azabache brillaba con intensidad bajo los rayos del sol, meneándose al compás de sus agraciados movimientos, ofreciéndole un porte y elegancia dignos de una diosa. Sus ojos, amarillos y profundos, resaltaban gracias al vestido de seda azul marino que portaba, moldeándose a su delicada figura. Su belleza crecía con cada nuevo día y nadie allí podía afirmar lo contrario.

Todos se inclinaron ante ella, demostrando su respeto.

_______________ examinó a cada uno de los allí presentes y uno en particular llamó su atención. Tratándose de aquel hombre con quien se estrelló el día que visitó la ciudad. Lucía nervioso, tenso,  manteniéndose al margen de los demás y por alguna extraña razón, de ella.

—Como Lord Poseidón no está, me preguntaba si podría sugerirnos en dónde colocar las plantas recién llegadas— pidió Proteus cordialmente, haciendo que la mujer accediera sin problemas, instruyendoles los lugares exactos  para plantarlas.

Todos acataron sus órdenes al pie de la letra, siendo supervisados por Proteus y Hermes.

—Señorita— alguien habló a sus espaldas, lo que la llevó a voltear en su dirección.

Era aquel hombre.

—Yo...quería disculparme apropiadamente con usted por el incidente de hace un tiempo. Lo lamento muchísimo, iba demasiado distraído— el arrepentimiento fue transmitido por su entonación.

La seria mirada de la mujer se suavizó, soltando una tenue risa que desconcertó al mayor.

—Ese incidente ya es pasado, tranquilo. Por mí parte también debo disculparme,  mis ojos no estaban puestos en el camino en ese momento, pero ya todo está bien—  sus afables palabras le permitieron al hombre respirar en paz —¿cuál es su nombre?— su pregunta lo tomó por sorpresa, buscando frenéticamente una manera de desviar el tema.

Un silencio sepulcral se interpuso entre ambos y cuando finalmente tuvo el coraje de revelar su identidad, la llegada de Poseidón demolió el momento.

—¡Padre!— sus ojos se iluminaron, acudiendo hasta donde el rubio se encontraba para recibirlo con un fuerte abrazo.

Aquel dios abandonó su lado más despiadado y mortal, por uno fraternal que el hombre fue capaz de apreciar en el momento que los brazos de Poseidón la rodearon con suma delicadeza.

—Argus...— se presentó cuando ella estuvo lo suficientemente lejos como para oírlo —ese es mi nombre...— suspiró con pesar.

No había tenido el valor.

La junta precipitada que Zeus convocó en el Valhalla, generó incertidumbre en las deidades que acudieron de manera obligatoria, desconociendo los motivos que, según el padre del cosmo, se mantendrían reservados hasta no dar por iniciado la asamblea.

Hali《Poseidón》Donde viven las historias. Descúbrelo ahora