1 de enero de 2012
Chloe
Año Nuevo se ha convertido en el día más divertido, o por lo menos para mí.
Mis padres no trabajan hasta mañana en la panadería y nos han traído al parque situado en la avenida de abajo. También nos han prometido que, si nos portamos bien, luego nos comprarán un helado de fresa a cada una —aunque yo prefiero el de vainilla—.
Layla en el momento que cruzamos la valla de entrada se marchó a hacer amigos. Ahora se encuentra moldeando la cabeza de un muñeco de nieve junto a una niña de cabellos dorados y su hermano, pero este tiene mechas de tonos cobrizos y tiene un cuerpo delgaducho.
Qué suerte tiene.
A mí nunca se me ha dado tan bien hablar con desconocidos como a ella, mamá dice que es porque soy demasiado buena y amable, yo lo dudo. Layla también es buena y tiene muchísimos amigos.
No como tú.
Cállate consciencia.
Emy, mi hermana más pequeña, suelta un sollozo agudo bajo mi brazo, seguro que está muriéndose de hambre, otra vez.
La pequeña glotona no se harta de comer y de darle trabajo a mis padres, que no paran de arrasar con las unidades familiares de Tesco. Están en el supermercado mínimo tres veces a la semana porque ella necesita comida constantemente.
Le pellizco la nariz con cariño antes de dar pasos lentos en dirección a ellos, cuidadosa en no pisar de más la capa gruesa de nieve, hundirme en ese abismo blanco y ser incapaz de moverme.
— ¿Ya ha vuelto a llorar?
Su tono de voz calmado me produce un gran alivio y su sonrisa de dientes blancos corta mi aliento, provocando que otra se deslice en mis propios labios.
—Sí, mamá, le va a quitar el puesto a la llorona number one de la casa. — trato de bromear. Cuando nació Lay, nos contaron que durante varias semanas no les dejó dormir más de tres horas al día. Siempre había necesitado mucha atención esta niña, incluso desde bebé.
La mención hace que pura nostalgia cruce sus ojos verde claro y mi pecho se infla al apreciar la expresión de mi madre, que parece querer achucharme en uno de sus abrazos de oso gigantes, de esos que te quitan hasta la respiración.
Los llantos interminables de la pequeña arruinan el entrañable momento. Jo.
Con una suavidad inexplicable, la deja descansar en su carrito azul marino, decorado con lacitos de tela, y pegatinas de chupetes, biberones e imperdibles en la manta incluida, de tono blanco.
— Shh, ya pasó.— Balancea el carricoche de izquierda a derecha y la bebé del demonio repentinamente se calma.
— Creo que tiene hambre.— informo a papá, que observa toda la escena con las comisuras de los labios alzadas.
— Ya me ocupo yo, tú ve a jugar con los demás niños, hormiguita.— Acuna mis mejillas, besando mi frente con cariño.
Yo asiento con la cabeza y me voy corriendo a la zona de los columpios. Solo hay tres, y todos ocupados.
Vaya decepción.
Miro hacia donde se ha sentado mi familia; mi padre se ha levantado del banco gris en el que hace unos minutos estaba charlando cómodamente con "la mejor panadera del mundo" y se dispone a buscar su biberón en la mochila. Unos cinco segundos después coge en brazos a la regordeta de mi hermana (pesa más de diez kilos de lo que debería) y coloca la punta del plástico en su boca. Ella succiona con fuerza el líquido, como si de una aspiradora se tratase.

ESTÁS LEYENDO
Dulce odio #1
عاطفيةChloe siempre ha amado a Adam, hasta que él le rompió el corazón. ¿Podrá el tiempo cambiar sus sentimientos o...seguirán odiándose como hasta ahora? Chloe ¿Por qué tuvo que regresar? Y, lo más importante, ¿por qué parece odiarme cada vez que nos cr...