¿Qué hay con la letra M?

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Ya habían pasado horas caminando hacía una dirección desconocida para los ojos de William. Aunque él no estaba caminando como Watson y Sherlock, se sentía cansado, tal vez porque odiaba ser transportado en una taza.

Aunque era diminuto, la taza no le daba suficiente espacio, por lo que tuvo que pasar al menos dos horas de rodillas, y sus piernas ya estaban dormidas

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Aunque era diminuto, la taza no le daba suficiente espacio, por lo que tuvo que pasar al menos dos horas de rodillas, y sus piernas ya estaban dormidas.

La señorita Hudson era afortunada, podía estirar las piernas cada que quería; de un brinco se pasaba al hombre Watson o al sombrero de Sherlock.

Nunca imaginó que sería cansado no hacer nada.

-¿Qué tan lejos queda el escuadrón espada? -se atrevió a preguntar, deseando romper aquel silencio que lo tenía harto.

-A pie: como tres días  -respondió Sherlock, y después se rascó la barbilla, con expresión seria-. A caballo sería más rápido, pero lamentablemente no poseo granjas, de manera que jamás vimos necesario tener animales... Oye, John, ¿qué tal si robamos un par de caballos en la villa de Moonsch?

-Lo veo muy arriesgado -meditó Watson-. Además, ¿no fuiste tú quién dijo que no debíamos intercambiar palabras con la gente en esta situación?

-No deberíamos -afirmó el sombrerero-. Puedo apostar a que mi hermano ya ha mandado a distintos escuadrones a cada pueblo para buscar a William. Pero sin un caballo, corremos el riesgo de que uno de esos escuadrones nos alcancé más rápido de lo que nuestras piernas corren.

Su amigo suspiró.

-Bien, pero si nos delatan, no olvides que fue idea tuya.

-¿Cómo podría? Lo mejor nunca se me olvida -Sherlock le guiñó un ojo.

Temeroso de que el silencio volviera, William volvió  a hablar, aun consiente de que podría ser de mala educación, puesto que recordaba haber escuchado que cuando hay duda, lo mejor es callar.

-¿Hace cuanto comenzó el imperio del rey?

Sus tres acompañantes parecieron congelarse con la pregunta. La duda pintó el rostro de Watson. La inseguridad se posó en los labios de la señorita Hudson y una ligera molestía brilló en los ojos de Sherlock.

Puede que sí haya sido mala idea abrir la boca, pero consideró que ya era muy tarde para arrepentirse. Además, si iba a ayudarlos a derrocarlo, ¿no debería saber un poco el contexto de todo? A veces se aprendían cosas del pasado.

-Fue en Marzo -murmuró Sherlock, con un aura sombría, como si hubiera recordado algo que le dio un mal sabor de boca. Liam hizo vista gorda de la manera en la que Sherlock suspiró, escondiendo esa expresión con la máscara de indiferencia con la que le conoció. Él repitió:-. Fue en Marzo, unos días antes de que este se volviera loco -y señaló a Watson.

-¿Eh? -su amigo levantó una ceja.

Sherlock prosiguió:

-Cuando el atardecer y la noche se acariciaron, el cielo parecía estar ardiendo en llamas -narró, cuál poema que hubiera estado memorizando por tantos años-. En todo el caos, unos labios pronunciaron lo que para muchos fue un pensamiento ajeno, desconocido e indescriptible. Pero para el principe... fue la daga que lo amenazó.

Entre teteras y relojes (Sherliam) Yuukoku no Moriarty Donde viven las historias. Descúbrelo ahora