Un último tic tac.

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No sabe muy bien en qué momento pasó, pero aquella mente brillante que tanto admiraba, hizo que la palabra "interesante" se quedara corta.

Hay muchas cosas que Sherlock solía contarse a sí mismo, repasaba las palabras como letras de un libro en su cabeza, tenía una biblioteca entera que solo él conocía. Pero cuando llegó William, fue el soplido del viento que derrumbó cada libro de su repisa y dejó sus páginas al descubierto.

Aunque le hubiera dado vergüenza admitirlo con cualquier otra persona, lo cierto es que William no poseía ninguna espada, pero había logrado desarmarlo en tan poco tiempo.

Le robó cada secreto de sus labios, cosas que no había compartido ni con su hermano ni con su mejor amigo, palabras que desde el momento en el que William le pidió que subiera a la cama en vez de quedarse dormido en la silla durante esa noche de lluvia, le pertenecieron a él y solo a él.

¿Pero, podrían culparlo? No han visto lo que él vio en esos enormes ojos escarlatas llenos de vida y curiosidad; ni las estrellas brillan tanto como aquellos rubíes debajo de la sábana que los cubría a ambos como un escondite de los truenos y los tamborileos de las gotas en el techo.

Aunque susurraba, lo escuchaba con claridad en la tormenta. Eso era algo que tenía él. Su voz siempre era más fuerte que cualquier pensamiento o furia del cielo.

Cuando la tormenta se calmó y la mañana arribó, William le dijo que tenía que marcharse, pues estaba seguro de que su hermanito estaría preocupado.

-Aguarda -le dijo, tomándolo de la mano-. ¿Volverás?

No pudo disimular el tono afligido con el que preguntó, temiendo que fuera a decir que no.

Pero William le sonrió.

-Cuenta con ello.

Cumplió con su promesa. Y aquello se volvió algo de todos los días. William llegaba a las nueve de la mañana y sorprendía a Sherlock en sus labores.

-¿Qué es pequeño, espectacular y dice "auch"? -le preguntó una mañana mientras le ayudaba a ordenar los libros.

-No lo sé... ¿qué es?

William lo pellizcó y Sherlock dejó salir un doloroso pero pequeño "Auch".

-Tú -se rió.

Mientras su hermano y su padre habían tenido que salir de casa, debido a una carta en donde el rey solicitaba la presencia del señor Holmes lo antes posible, Sherlock atendía la tienda con ayuda de William y a veces de su amigo John, a quién al principio se le hizo un poco extraño el niño rubio, pero que con el paso de los días se ganó su confianza y amistad.

Hudson por otro lado, se mostró un tanto desconfiada de aquel niño, hasta que William la rescató de uno de los lobos que había en el bosque de los Momeran a donde fueron a buscar ingredientes.

No lograba entenderlo, pero William tenía un don para entrar al corazón de los demás. Hacerlo era igual que un desafío o un rompecabezas que amaba resolver. Un reto que no lograba asustarlo.

Manejaba las situaciones con inteligencia y no daba un paso atrás en cuanto veía al peligro a los ojos. Y eso le encantó.

Cuando menos lo esperó: recordar su rostro, su voz, su tacto, todo aquello le arrancaba suspiros mientras veía por la ventana una vez que él ya se había ido.

Sherlock todavía era joven, ¿cómo podía tener alguna idea de lo que es el amor a esa edad? Aunque lo sintiera recorrer todo su cuerpo como una cálida y gentil ola, lo primero que pensaría es que se encuentra enfermo, que se siente mal, maravillosamente mal. Y que por más que duela no entenderlo quiere que permanezca así. El amor joven es mucho más complicado que el adulto.

Entre teteras y relojes (Sherliam) Yuukoku no Moriarty Donde viven las historias. Descúbrelo ahora