Había una vez un niño cuya madre se casó con un rey...
¿Porqué empezamos con "había una vez"? Porque a William le encantaban las historias. Y pensó que si fuera a narrar la suya le hubiera gustado que empezara con un: "Había una vez".
Hay tantas cosas que le hubiera encantado leer en las páginas de su vida. Tantos animales parlantes, teteras que recitaban poemas, semillas que cultivaban canciones. Tantas aventuras llamándolo. Y al final... ninguna de ellas se escribió en ese libro.
Quedaron solo como un sueño.
En su lugar, se escribió una obra. Con reglas, castigos, matrimonios arreglados una mansión tan grande que se asemejaba a un castillo, un rey que siempre lo arrojaba a una habitación oscura, y un principe que venía a rescatarlo del reino del silencio y las sombras. "Marqueses" y "duques" que fingían estar del lado de su majestad cuando solo estaban esperando el momento de su caída para poderarse de todo.
William no ocupaba el puesto de ningún personaje. Antes de aquella tarde frabullosa, no era el segundo hijo con un destino. No era el segundo príncipe detrás del heredero. Solo era él.
Y hace mucho que olvidó cómo era ser él...
"¿Por dónde empezar?".
A William siempre le habían gustado los conejos, tenía un peluche confeccionado por su madre con el que solía pasearse por la mansión. En cierta ocasión, su hermanito Louis llegó a sentir celos por este peluche, y tratando de esconder sus lágrimas le prometió a William ser un conejo para así poder ser el centro de atención en sus ojos. Él se había reído gentilmente ante esto, mientras le acariciaba la cabeza.
-No necesitas ser un conejo para tener mi atención -le había dicho-. Yo te adoro tal y como eres -tomó sus pequeñas manos entre las suyas y depositó un beso en ellas-. Incluso entre miles de personas mis ojos te encontrarían y correría a abrazarte.
Amor. El amor siempre fue parte de su alma. La mitad de sus acciones eran impulsadas por el amor. Ese dulce sentimiento sin límites que se apoderaba de su mente, de su corazón y de todo su ser.
Para su padre, un defecto que debía borrarse. Para él, el más grande regalo que le dieron desde que nació. Uno que pensaba compartir.
Porque en ese mundo, en su mundo, había más llanto del que para uno era sano. Había visto a su madre enjugarse las lágrimas y cubrir su dolor con una máscara de conformidad. Había escuchado los sollozos de su hermano mayor dos veces en el pasillo del "palacio".
Si por él fuera, en el mundo no habría mares de lágrimas. Habría sonrisas tan dulces como el té de canela y la gente experimentaría un amor que nunca se marchitaría.
Pero de nuevo... todo aquello quedó como un sueño.
Y en vez de sonrisas, contempló más llanto.
Su "padre" había estado reposando en cama durante tres meses. Dudaba que fuera por un corazón roto, pero su estado era igual de delicado del que alguna vez tuvo su madre.
Aquella tarde que caminó por los pasillos del enorme "palacio", buscando a su hermano mayor, avanzando lentamente, hundiéndose en la luz carmín de los últimos rayos de sol golpeando las paredes.
Cuando escuchó la voz de su hermano, al borde de las lágrimas:
-He hecho todo lo que me pediste... ¿Hasta cuando me dejarás de atormentar?
Pudo haberse ido, pudo correr en dirección contraria y olvidar lo que escuchó. Pero se acercó más.
-¡Te odio, te odio, te odio! ¡Ya déjame en paz! ¡No pienso ser como tú! ¡Prefiero morir antes de ser el monstruo que eres! -gritó su hermano en la habitación.
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Entre teteras y relojes (Sherliam) Yuukoku no Moriarty
FanfictionWilliam sigue un papel desde que tenía nueve años, ha silenciado cada voz interior que le indique lo contrario a lo que se le pide. Pero el día de la fiesta de su compromiso arreglado, un conejo blanco con reloj rompe todo el guión que debía seguir...