El verdadero William.

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Un buen actor interpreta cualquier papel que le den, por más exigente que sea el personaje, busca la manera de adaptarse a él y convertirlo en una extensión a la que controla para su beneficio.

William había tenido que interpretar varios papeles a lo largo de su vida. El papel de hermano mayor. El papel de mano derecha. El de el hijo perfecto. Y en esos dos días había aceptado su papel como héroe, tal vez porque pasó doce años actuando como el hermano mayor que tiene respuestas para todo y siempre está dispuesto a ayudar en problemas ajenos, y quiza ese personaje se había vuelto parte de él por completo.

Aun así, jamás imaginó que llegaría el día en el que el papel que debería seguir era el de un ratoncito en una jaula, frente a los colmillos afilados de una enorme bestia.

¿Qué hace un ratón cuando se encuentra en peligro? Si hubiera intercambiado palabras con uno en todo ese tiempo, se lo hubiera preguntado, pero lo que le pareció correcto fue la palabra "correr".

De manera que se escabulló lo más rápido posible, escuchando el duelo que tenían los sonidos del latir de su corazón contra el rugido de la bestia. No le hizo daño, pero las piernas de William temblaron tanto que no pudo sostenerse en ellas y se dejó caer sobre el suelo, observando de lejos la jaula.

La bestia le gruñó y volvió a acomodarse en su lugar. Ninguno dijo nada por un largo rato.

-No voy a volver a entrar ahí -sentenció cuando Patterson lo encontró en uno de los pasillos.

-¿Por qué no? -cuestionó él, levantando una ceja. Al parecer su nueva labor era limpiar los objetos del palacio. En su mano sujetaba un florero dorado al cuál desempolvó con desdén.

-Esa cosa le hizo esto a mi brazo -William se quitó las vendas y mostró a Patterson la herida.

-¡Madre mía! -se horrorizó él-. ¿Por qué no lo habías mencionado antes?

-Antes no se veía tan mal...

Era justo como había dicho Bond, la carne estaba comenzando a infectarse, tomando así un color morado y desprendiendo un ligero aroma al aliento de la bestia.

-Pues no sé que decirte, joven William -dijo Patterson, con pesar-. Me temo que no tengo el poder para detener el tiempo. Con cada minuto que pase tú y Holmes estarán más cerca del fin...

-Eso no suena muy alentador -William volvió a sentarse, abrazando sus rodillas.

-Como dije: no sé que decirte -él continuó con su labor.

Por más malo que pudiera sonar, tenía razón. El "tic tac" de un reloj que se encontraba en la tercera habitación por el pasillo le estaba torturando la consciencia. Siempre que intentaba formar un plan, el "tic tac" rompía esa burbuja con una de sus manecillas. Pero fue con la llegada de las doce que pensó en algo.

-¿La señorita Hudson también está en los calabozos? -le preguntó a Patterson.

-No, ella fue trasferida a servicio al palacio al igual que yo -respondió él-. Me parece que está ayudando en la cocina. El rey no es tonto, incluso un monstruo tan grande como el Bandersnatch cambiaría una presa humana por uno de sus deliciosos panecillos...

Calló en seco. William le sonrió. Y por un momento Patterson creyó que tenían la misma idea.

Para su sorpresa, William no solo le pidió que fuera a pedirle unos panecillos a la señorita Hudson. Su prioridad era preguntar por el ojo que ella le había arrancado a la bestia. Estaba seguro de que la había visto guardar un saco con algo parecido a una perla.

Aunque le tomó dos horas, Patterson regresó con los panecillos y el pequeño saco del que William le habló. Había tenido que colarse en el almacen donde guardaban las cosas que confiscaban de los rebeldes. Distrajo a los guardias con dos pasteles de cereza recién salidos del horno y algún otro ingenio que William ya no alcanzó a escuchar por estar centrado en tomar valentía para lo que estaba a punto de hacer.

Entre teteras y relojes (Sherliam) Yuukoku no Moriarty Donde viven las historias. Descúbrelo ahora