Capítulo 12

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El guardia Stone los guío colina arriba. Todos los caminos que pisaban eran estrechos, como calles, y eran de piedras de granito acomodadas perfectamente. Todas las casas eran de piedra color miel con balconcillos con macetas de barro que contenían tulipanes u otra flor. Algunos tenían enredaderas de un verde intenso que se comían las paredes poco a poco, con algunas pequeñas flores lilas.

Mientras más se adentraban al pequeño pueblo, más gente y más caminos, que conducían a pequeños callejones iluminados y bien estructurados, se hacían presente. La gente que caminaba por ellos se detenía a verlos mientras susurraban entre sí. Lo que llamó la atención de Ángela, era que vestían diferente. Algunas mujeres usaban vestidos sencillos largos hasta los tobillos con adornaciones de cuero en la cintura y brazaletes de este en las muñecas; otras vestían faldas de cuero con mallas por debajo, una camisa blanca sin hombros sobre la cual llevan un chaleco negro con detalles dorados o simplemente pantalones negros. Por otro lado, los hombres usaban pantalones, camisetas largas con las mangas arremangadas hasta los codos y botas. <<Parecen piratas>>, pensó Ángela al verlos.

Llegaron a unas escaleras, que, al subirlas, una gran fuente y varios caminos, más grandes que los anteriores, se situaban alrededor de la fuente, como si fuera el sol con sus rayos de luz alrededor. La fuente era de tres niveles con un elegante diseño, en el segundo nivel salían varios chorros de agua. A la derecha de este, el camino conducía a un puente donde se podía apreciar parte de la estatua de un hombre con una piedra en la mano. Por debajo del puente, circulaba el agua de la cascada que dividía la isla desde las montañas hasta el mar abierto.

—¿Qué hay allá? —preguntó Cassandra, señalando al final del puente.

El guardia la miró y miró al lugar donde señalaba.

—Se encuentra la plaza grande, la Sala de los Sentenciados y el camino de conduce a la playa —respondió con desdén.

—¿Sala de los Sentenciados? —preguntó Christian.

—Ahí, la reina y los líderes someten a juicio aquellos que violaron las leyes. Más abajo de la sala, casi bajo tierra, se encuentran los calabozos.

—¿Los lideres? —peguntó Ángela.

El guardia los fulminó con la mirada, a cada uno de ellos.

Rose resopló, cansada.

—¿Podrían dejar de hacer preguntas todo el tiempo? Entiendo que no sepan nada, pero dejen sus preguntas para otro día, ¿quieren? —se quejó.

—Chicos, la reina les explicara todo, no coman ansias. También tendrán sus clases para saber todo sobre nuestro mundo, si es que deciden quedarse, claro —dijo Samantha, con voz suave y amable mientras le sonreía a cada uno.

El camino de la izquierda conducía a una construcción de arquitectura románica que se alzaba sobre una colina, iluminado por luces doradas, tanto en el exterior como en el interior. Era el único edificio donde las enredaderas no se habían apoderado de su fachada. Stone los llevó por el camino del frente. Subieron cuatro pequeños escalones para llegar un pequeño nivel para encontrarse con unas escaleras de gran magnitud, las cuales eran dividías por otro pequeño nivel. Ángela calculaba que contenían máximo treinta escalones. En medio de las escaleras había arboles altos de un follaje intenso y vivo, iluminados por luces alrededor del tronco. A los costados de las escaleras había muy pocas casas.

—No me quejo ni nada, pero ¿aún tenemos que subir todo eso? —Carla sonó exhausta—. No recordaba que fueran tantos escalones —resopló apartando un mechón de cabello que tenía en la cara.

—Ya son las ultimas —le dijo Samantha, acercándose a ella para darle un amistoso apretón en el hombro.

Carla le sonrió. El guardia solo observaba y escuchaba a los muchachos con desdén al tiempo que se acercaba a los árboles, Ángela lo miró y pudo ver que sus ojos eran dorados, algo que la asombró.

Susurrantes [Libro1] [En proceso]Where stories live. Discover now