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Hongjoong era un chico interesante.

Y era mi mejor amigo.

Me enamoré de él, como un imbécil.

Hongjoong amaba el teatro.

Y vaya, actuaba muy bien.

Porque le creí cada jodida actuación que hizo conmigo.

No lo odio, creo que jamás podría hacerle eso a alguien como él. Era un chico demasiado agradable. De esos que no importa qué hagan, no puedes odiarlos. Toda la escuela lo quería, entre profesores y estudiantes, sin importar que a veces le gustase cometer travesuras —empezadas por mí—. Era el ejemplo de la escuela, alumno de excelencia, participante del equipo de básquet y un enorme orgullo para la gente de su alrededor. Era tan bueno en todo que aquello le trajo admiradores de todos lados. Era muy popular, aunque de mí no se puede decir lo contrario.

Nos gustaba divertirnos. Se podría decir que yo era su completo opuesto. Su "mala influencia". No me interesaba estudiar, mi futuro estaba muy lejos de ello. Yo quería triunfar con el cine, ser un director reconocido y aclamado por la crítica. No una rata como lo era la mayoría en el mundo laboral.

Mi sueño, era dirigir una película, y ya tenía a mi actor favorito: él.

—Un día menos en la cárcel. Quedan doscientos más —me quejé al llegar a las puertas de la escuela.

Lo llamaba así, pero la verdad no sufría tanto estando allí dentro, por muchas razones que verán más adelante. Lo único que no me gustaba eran las rutinas. Todos los malditos días lo mismo: mismas clases, mismos profesores, mismas personas. Pero tenía el ingenio para divertirme cada vez que me sentía ahogado dentro del salón.

Le di una última calada a mi cigarro antes de aplastarlo contra la pared y hacer una raya sobre ella con las cenizas. Este año se me ocurrió marcar cuántas veces llegaba a la hora. Este era el quinto día de... tres meses. En mi defensa, la locomoción siempre llegaba tarde, no yo.

Me bañé en perfume y me metí un chicle a la boca para que el olor a tabaco impregnado en mí ya de forma permanente se disimulase un poco. Era consciente de que varios profesores, sobre todo el inspector de la entrada, sospechaba de mi vicio, pero mientras no lo hiciera dentro de la escuela o me pillaran in fraganti, no podían hacerme nada. Y sé que se mueren por hacerlo.

Alisé mi camisa con las manos y me adentré en el establecimiento. Otra cosa que odiaba de la escuela: el uniforme. Era feo, sin estilo y la cosa más aburrida que vi en mi vida. Por eso lo usaba a mi manera. Me gustaba hacer las cosas a mi manera.

—Jung Wooyoung —oí a una voz imponente decir tras de mí.

Me giré con pereza al reconocerlo. El inspector se acercó a mí con una mirada entre severa y cansada.

—¿Cuántas veces tendré que repetirte que uses bien el uniforme?

—Infinitas veces.

El viejo me miró, enfurecido.

—No me respondas, mocoso —me apuntó con el dedo.

—Entonces para qué pregunta... —refunfuñé.

No entendía a los adultos. Siempre se contradecían.

—Vendrás conmigo a detención después de clases. Te he dejado pasar muchas faltas.

—Ya. Allá nos vemos —le sonreí con cinismo y me adentré en el edificio.

Veía a otros alumnos entrar corriendo, pero yo me lo tomaba con calma. Me daba lo mismo llegar tarde o temprano pues, como dije, la escuela no era para mí. Prefería fantasear con mi primer filme, de qué género sería, qué actores usaría... incluso he llegado a escribir parte del guión. Pero para lograr eso aún me quedaba mucho tiempo, y me frustraba. Era algo impaciente, tenía que admitirlo. Me aburrían rápido las cosas y si quería algo me gustaba tenerlo en el momento, mas sabía que lo que yo realmente quería merecía su tiempo, y por eso me estaba obligando a ser paciente, aunque aquello me frustrase en algunas ocasiones.

Idilio | HongWooDonde viven las historias. Descúbrelo ahora