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El cielo estaba nublado, los pasos de sus sirvientes se acercaban de forma precipitada y la joven, que dormía en una de las habitaciones del palacio de Versalles, observaba el techo de su cama con cierta tristeza.

La noche anterior sus padres habían decidido llevar a cabo una costosa fiesta para anunciar su compromiso con el elegante francés que había conocido meses antes. No entendía el apuro en anunciar la boda justo un día después de que Kouga Wolf pidiera su mano.

- Princesa Kagome... buenos días, debe levantarse y asearse para esta noche...- le dijo una de las servidumbres antes de abrir las cortinas de su cama.

- Si... lo sé- contestó mientras se enderezaba.

A pesar de lo apuesto, educado y fino que era Kouga, la princesa no estaba interesada en él. Era cierto que tenia la mayor parte de la población femenina a sus pies, pero no le apetecía compartir el reinado al lado del hombre más codiciado de Francia. Probablemente las mujeres del país la buscarían para asesinarla o algo parecido.

Pensar en eso último hizo que su piel se erizara lo cual llamó la atención de la mujer que le ajustaba el corsette con cierto vigor.

- ¿Sucede algo señorita? – le preguntó mientras acomodaba la falda del vestido.

- No... no es nada- contestó la joven un poco nerviosa.

- Creo que Monsieur Wolf  llena las expectativas de un hombre perfecto; sin embargo, al igual que muchos, tiende a ser infiel- la chica sonrió un poco y esperó la respuesta de la princesa.

- Lo sé, pero... no puedo contradecir a mis padres, Francia necesitará de un buen rey y él es la única persona que mis padres consentirán- agachó la mirada y caminó hasta la ventana – extraño a mi hermana... desde que se mudó a Inglaterra no he sabido más de ella... nunca volverá...- miró al cielo y la servidumbre se acercó para cepillarle el cabello.

- No sé si sea verdad, al parecer sus padres han enviado un navío para traerla de nuevo al palacio – comentó sonriendo – escuché que han perdonado su acto de rebeldía.

- Ojalá sea cierto... a veces quisiera, al igual que ella, irme para no casarme – una lágrima cayó entre las flores del hermoso corsette que amoldaba su delgado cuerpo.

Ninguna palabra se mencionó en la habitación mientras las servidumbres trabajaban puliendo zapatillas, peinando a la princesa, acomodando la cama, limpiando la habitación y otras tareas que requerían más de cincuenta mujeres para realizarlas.

Al terminar su trabajo salieron de la recámara y Kagome se dirigió al comedor para tomar su desayuno. Al llegar, observó con atención la mesa llena de frutas, pasteles, panecillos y otros alimentos. Le parecía demasiada comida para sólo tres personas; apostaba que una mesa así podría alimentar a un ejército entero. Kagome sólo suspiró y tomó asiento frente a sus padres quienes le miraban atentamente.

- ¿Qué pasa? ¿Tengo algo en la cara? – preguntó con preocupación.

- No... es sólo que hoy te ves despampanante- contestó su madre con una hermosa sonrisa en su rostro.

Su padre sólo sonrió para sí y continuó merendando. No le extrañaba. Era muy común que el rey guardara silencio mientras almorzaban. Definitivamente era difícil ser la hija de María Antonieta y Luis XVI. Ambos se casaron a edad temprana, o al menos esa era su opinión sobre los matrimonios de la realeza. Su madre, a los doce años, fue transferida desde Austria para casarse dos años después con el Duque de Berry (ahora Luis XVI). El actual rey de Francia recibió el mando del país a los veinte años de edad. No obstante, su matrimonio fue consumado siete años después cuando su hermana mayor fue procreada.

Al terminar su desayuno, el rey se levantó de la mesa para iniciar con sus deberes, mientras Kagome y Antonieta se dirigieron a la elegante estancia del palacio. Ambas tomaron asiento y la reina no pudo contener más el regalo sorpresa que había preparado para su hija.

- No puedo guardar más este secreto...- se acercó a Kagome para que nadie más escuchara lo que diría – tu hermana viene en camino. Se nos informó que llegará esta misma noche.

Los ojos de la princesa se llenaron de lágrimas. Al fin, después de tantos años de espera vería a su hermana de nuevo. Era el mejor regalo del mundo, por lo tanto, debía compensar a su madre con un fuerte abrazo como muestra de su gratitud.

Amor prohibidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora