VII

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Inuyasha preparaba los últimos detalles de la noche en la cubierta del barco que los trasladaba a Inglaterra. La princesa menor de Francia se encontraba en su camarote leyendo un libro acerca de piratas. Las aventuras que contenía le recordaron aquellas historias que Inuyasha le contó la vez que se conocieron. Sonrió para sí en señal de vergüenza, pues no había analizado la situación respecto al pirata. Era imposible que un simple mercader obtuviera ese tipo de vivencias tan excitantes. Imaginó su vida al lado del inglés y se exaltó un poco ya que su futuro esposo resultó ser uno de los hombres más temidos en aguas europeas, su vida cambiaría por completo. No importaba en absoluto que la burguesía lo odiara, después de todo su amor rebasaría todo por permanecer al lado de Inuyasha.

- Kagome... - llamó el joven desde la puerta - ¿estás despierta?

- ¡¿eh?! - nerviosa – si... enseguida abro la puerta.

La joven se levantó de la cama inmediatamente y abrió la puerta. El inglés la miraba con lujuria y se inclinó ante ella para besar su mano. Era tarde así que Kagome vestía una extraña pijama de origen chino, ésta constaba de una sola pieza y cubría las piernas de la francesa con una especie de tela transparente. Los deseos del pirata fluyeron ante la delineada figura de la mujer que amaba y, aun sin levantarse, tomó con su mano la pierna derecha de Kagome y la besó. Este tipo de atenciones agradaban a la princesa de modo que sus mejillas sonrojadas complacían al peli-plata.

- Lo lamento... – pronunció el pirata en voz baja y se acercó al oído de su princesa – no pude contenerme...

Kagome se sonrojó aún más, la sensación de tener el cuerpo de Inuyasha tan cerca suyo y los labios del mismo que rozaban su lóbulo enloquecían a la joven. El oji-ámbar notó el nerviosismo por parte de la francesa así que decidió alejarse y hablar con ella frente a frente.

- Mi princesa... – sonreía – he preparado una cena para dos en la cubierta de mi barco... - se inclinó y extendió su mano – me agradaría contar con su presencia.

- Será un honor – sonrió la princesa – espere un minuto debo vestirme adecuadamente...

Al intentar entrar de nuevo al camarote, el pirata se movió con agilidad para obstruir la entrada, Kagome no entendía el porqué de esa acción, así que intentó proseguir. Inuyasha sonrió y la miró a los ojos con picardía.

- ¿Acaso no es obvio? - tomó a la francesa del rostro – deseo que vayas justo como estás vestida...

La cara de su amada se tornó roja totalmente a causa de las palabras mencionadas por su futuro esposo. Los nervios comenzaron a invadir su cuerpo hasta sentir las manos del pirata rodear su cintura para acercarla a él. Alguna vez escuchó acerca de la palabra que definía su país natal, "pasión", probablemente su hermana conocía ese tipo de cosas, que a ella no le importaban antes de conocer al inglés. Sintió los labios de Inuyasha sobre los suyos pidiendo permiso para volver el beso aún más apasionado, ella correspondió toda acción del pirata nerviosa e inocentemente. Ambos mantenían sus ojos cerrados y disfrutaban el sentimiento que emanaba de su piel.

- Espera... espera Inuyasha – suplicó jadeante la joven – por favor detente.

El inglés se alejó de la princesa para mirar su rostro detenidamente. El color rojo era su favorito y en esos momentos agradecía que lo fuese, pues la piel de su futura esposa estaba teñida por él. Ambos se miraron por un tiempo sin moverse, quizá esperaban que el otro encendiera aún más esa llama de la pasión y avanzar a otro nivel. El peli-plata tomó la mano de Kagome y la encaminó hasta la cubierta del barco. Ahí se encontraba una mesa para dos personas decorada con rosas rojas en el medio y un mantel dorado; dos copas llenas de vino y una botella que contenía probablemente el mismo líquido. La noche mostraba un hermoso cielo cubierto de estrellas y el resplandor de la luna llena. La joven tomó asiento al ser auxiliada por Inuyasha y contempló el paisaje con una alegre sonrisa en su rostro. Recordó sus días en el palacio encerrada por órdenes de los reyes; no permitirían que su hija menor también huyera de sus responsabilidades como futura reina de Francia, así que las salidas fuera del palacio estaban prohibidas y las caminatas por el jardín estaban custodias por tres de sus más fieles doncellas. Una lágrima recorrió su mejilla y se desvaneció en el escote de su pijama, esto llamó la atención del inglés quien acarició la mejilla de la joven con ternura.

Amor prohibidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora