¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Ambas en silencio se miran. Hace poco que habían llegado a la parte de atrás del salón de gimnasia, se podría decir que tenían más privacidad.
Nakime puede darse cuenta que Kanroji está en las nubes, está distraída. Se la pasa en su mente divagando, aunque, no sabe el por qué.
-Ojalá te guste, Mitsuri. - Llamar por su nombre a las personas es algo que Nakime casi nunca hace. Por lo general solo sus amigos son aquellos que reciben apodos o sus nombres.
Y Kanroji aún no se acostumbra. Se siente nerviosa, intranquila y probablemente incómoda también.
Pero no quiere que Nakime piense que es por ella. Porque no lo era.
Si está desanimada es por su culpa propia, y no había razón alguna para arrastrar a Nakime en ello también.
-Yo eh... ¿Por qué me has invitado a comer? Pensé que no te debía nada...
Y es cierto, no lo hace. Pero para Nakime las razones de verla van más allá de cobrarle un favor.
Uno que ya no existe.
La muchacha de cabellos largos se lleva el primer bocado de bento a la boca, saboreando cada ingrediente. Kanroji repite su acción.
Piensa por un momento en una excusa creíble; no quiere que Mitsuri piense que quiere que le deba algo. Porque no es así, ella solo quería hablar con ella otra vez.
Y por alguna razón -que nuevamente, sigue desconociendo- le pica en el corazón que su voz ya no suene igual de entusiasmada que el primer día.
Algo le pasó durante esas dos semanas que mantuvieron distancia.
-Solo quería pasar tiempo contigo. He notado que estás muy sola en el aula y quería... - No encontraba la palabra adecuada. No una que Kanroji no pudiera malinterpretar.
Sin embargo no hay necesidad de seguir, porque Kanroji sonríe y la toma de las manos.
«Son tan suaves... Sus dedos se entrelazaron con los míos y... Ay dios, ¿Acaso las está acariciando?» Nakime cree que va a entrar en pánico. Las suaves manitos de la Kanroji la ponen así.
En realidad, la existencia misma de Kanroji lo hace.
-Gracias, por el desayuno. Además, también me hiciste sentir mejor.
La cara de Nakime enrojeció en consecuencia a ese acto tan dulce y tierno. Sus manos y piernas temblaron, y todo el valor anterior que había reunido en dos semanas se fue por el caño con dos simples frases.
Y Kanroji se mantenía cerca de ella. Porque su calidez era familiar.
Quería estar ahí. Por siempre.
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
