Capitulo VII

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Al día siguiente me desperté temprano y a las once y media estaba en el restaurante, preparándome para mi turno, de doce a dos y media, las horas más concurridas.

Este trabajo me había ayudado a valerme por mi misma y a no depender tanto de mis papás y poder pagarme por mi cuenta mi apreciado notebook, que me ha salvado la vida innumerable veces.

Este trabajo me lo consiguió mi querido abuelo, el establecimiento es de uno de sus mejores amigos. Un trabajo increíble con buena paga durante todo el verano, aunque este año lo iba a hacer solo unas dos semanas, ya que fui al colegio de magos en el verano.

Una vez me pasó algo muy cómico, atendí a un alemán que no entendía nada lo que le decía. Me acerque a él como a cualquier otro cliente a preguntarle su orden, cuando me responde con un acento muy marcado.

-Guten Tag, ich bitte die Spezialität des Hauses – dijo. Mi cara, fue de incredulidad, no había entendido nada de lo que me había dicho. Me quede mirándolo mientras me intentaba explicar lo que quería. Al final opte por lo fácil, le pedí que me disculpara unos minutos, fui al interior del establecimiento y me metí al computador y busque en una página mágica un hechizo de lenguas, en menos de cinco minutos volví junto a él y le pregunte nuevamente su orden. Esta vez lo

entendí perfectamente. Había dicho: buenas tardes me gustaría pedirla especialidad de la casa. Con un simple asentimiento le hice saber que le había entendido. Al irse me dejo una buena propina y se despidió diciendo:

-Es war ein Vergnügen wissen – “fue un placer conocerla”, y dejo el restaurante.

No sé qué hubiera pasado si no lo hubiera atendido yo, tal vez hubiera tenido que hacer lo mismo que hizo mi abuelo una vez que fue a Francia. Tuvo que pedir viendo lo que tenían sus vecinos de mesas y apuntar lo que quería para que el mesero lo entienda. Hubiera sido muy chistoso.

Nuca me preguntaron cómo logre entenderlo, pero era mejor así, porque no se me hubiera ocurrido ninguna respuesta aceptable en ese momento.

Me puse el chaleco para trabajar y marqué en mi tarjeta mi hora de entrada, después de eso espere a que llegue el momento de abrir. A las doce en punto abrimos las puertas del establecimiento y cambiamos el cartel de Cerrado a Abierto.

Poco a poco se fue llenando de diversas personas que querían almorzar. Estuve trabajando de un lado a otro hasta que empecé a atender las mesas que había afuera.

No pare de entrar y salir, y sin darme cuenta dieron las una y media de la tarde.

Estaba sentada en la cocina, descansando un poco los pies y hablando con el cocinero después de haber repartido comida por todo el establecimiento. Estaba de lo más cómoda descansando cuando llega Ana pidiéndome si podía atender a un joven que estaba afuera en la mesa 15, ella lo atendería feliz, pero ya tenía cinco

mesas, que estaban adentro, y me recomendaba ir a atenderlo.

Me levante perezosamente y tome mi libretita de pedidos que esta sobre una de las mesas de la cocina, y salí a atender al recién llegado.

Afuera hacia un calor sofocante, pero por suerte había un quitasol en cada una de las mesas. Me dirigí lentamente a la mesa dicha por Ana. Allí estaba el joven dicho por ella sentado leyendo un libro, mientras esperaba que lo atendieran. Al parecer ya había decidido que quería comer, porque el Menú estaba a un lado.

-Buenas tardes – salude, mientras recogía el Menú – ¿que se le ofrece?

El joven levanto la vista del libro, dejando ver una cara de sorpresa al verme. Lo mire a los ojos y descubrí que un profundo ojo celeste y otro café me miraban, sin ni siquiera disimular su sorpresa.

El secreto de EmmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora