[Perdón]

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Tony despertó esa mañana bastante aturdido. Pese a su confusión, no se atrevió a moverse un centímetro mientras observaba a su alrededor.

Era la primera vez en años que su sueño no se interrumpía por culpa de su alarma, por su reloj biológico indicándole que iba a vomitar o debía de escapar de una incómoda charla de cama.

Mucho menos por la insistencia de Pepper al levantarlo con brusquedad después de una fiesta alocada y con una explosiva resaca por cumplir con su trabajo.

Lo hizo por su cuenta después de dormir lo necesario.

Olvidó la última vez que tuvo una noche de sueño tan reparador.

Uno sin pesadillas.

Si bien Helen y muchos otros doctores le recetaron incontables pastillas para dormir, cientos de aburridos hábitos diarios, pronto se rindió al ver que ninguno podía ayudarle.

Nunca imaginó que su trastorno de sueño sería curado por dos personas.

Una de ellas, deliberadamente estaba acostado encima de él.

Resopló apartando un mechón dorado de su rostro que le impedía ver con más claridad el atractivo rostro de Steve frente a él.

Aunque estuvo tan tentado en apartar al culpable de su sensación de asfixia, no pudo evitar que sus labios se curvaran en una suave sonrisa.

Sin dudarlo besó sus hebras doradas y abrazó con fuerzas a su pulga.

No estaba alucinando. Sarah y Steven estaban a su lado.

Jamás, ni siquiera en sus sueños más desesperados pudo imaginar que ellos fueran a buscarlo.

El no merecía tal esfuerzo, menos su perdón.

Que los Rogers le diera una segunda oportunidad de ser parte de sus vidas era demasiado bueno para ser verdad.

Tanto, que cada noche temía que al despertar fuera un sueño nada más.

Parecía mentira creer que había pasado una semana desde que los Rogers invadieron su hogar con aquel contrato.

Para su total sorpresa y ligera molestia preparados con el suficiente equipaje para instalarse de nuevo en su casa.

Como si nunca se hubieran ido. Como siempre tuvo que ser, aquella lúgubre propiedad se volvía un cálido hogar con las personas correctas.

Cada día a su lado era el mejor regalo que podía tener.

Desde que colapsó en frente de ellos, donde todas las murallas que había construido para protegerlos fueron derribadas como una montaña de naipes por la brisa.

Como se había odiado así mismo por ver las lágrimas de preocupación en sus ojos al despertar el día siguiente, especialmente cuando la menor se culpaba por su condición.

Les tomó días en poder convencer a la menor de lo contrario, el no se sentía a gusto con explicarle a los demás los traumas de su pasado.

Tuvo que esforzarse el doble para apartar esa idea de la mente de la pequeña.

La menor ya tenía demasiado con lo que lidiar, el no estaba dispuesto a sumar más preocupación ni dolor a su corazón.

Sarah había insistido desde el primer día en dormir con él, según ella para cuidarlo de la misma forma en la que él lo había hecho cuando estuvo internada.

Claro que estuvo a punto de aceptar, pero no era correcto.

Le sugirió que quizás se sentiría más a gusto con su padre.

[Contrato Amoroso]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora