Parte 1

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CAPITULO 1

Anabel

Cojo mi bolso, la mochila con el neceser y mi vestido en su funda. Creo que no se me olvida nada. Lo cierto es que he tenido tiempo, estoy levantada desde las cinco de la madrugada.

Todas las mañanas pienso que los despertadores deberían tener una melodía específica para indicarte si tendrás un día para recordar el resto de tu vida o uno de mierda, y así poder decidir si merece o no la pena levantarse, aunque en ese caso yo llevaría acostada los dos últimos años de mi vida.

Mi padre siempre comparaba todo con el mar, con sus días de oleajes y sus días de aguas serenas. «Así es la vida» me decía. Lo malo es que a veces, en las aguas serenas hay resaca y te cansas de nadar contra corriente mientras permaneces en mismo lugar donde empezaste, sólo que más agotada y con falta de aire. En ese punto me encuentro, por ello intento permanecer a flote sin más esfuerzos que hacerme el muerto.

Sólo en algunas ocasiones parece que el mar te da una tregua y te empuja hasta la orilla, donde por fin puedes respirar y quizás, sólo quizás puedas volver a sentir la arena bajo tus pies.

Intento ocupar mi mente durante mi horario laboral, lo que viene a ser todo el día. Prefiero tener la cabeza ocupada el mayor tiempo posible, tal vez por las horas que le dedico tengo un buen puesto en el departamento financiero de una cadena de hoteles.

La oficina se encuentra en la primera planta de uno de nuestros hoteles de la Costa del Sol, sí esos que se llenan de extranjeros o guiris como los llamamos por aquí. Tanto la recepción como las oficinas, los comedores, el gimnasio y la sala de eventos se distribuyen entre la planta baja y la primera, mientras las habitaciones y apartamentos completamente blancos parecen simular una pequeña urbanización rodeada de jardines y piscinas y a tan sólo unos pocos metros de la playa.

Tengo la suerte de que los ventanales de mi oficina den justo al mar, así puedo verlo todos los días. Hoy está en calma y de un color azul que me recuerdan a sus ojos.

-Anabel, ¿no piensas marcharte como el resto para prepararte para esta noche? -dice Roberto, mi jefe tras golpear la puerta y asomarse. Tiene treinta y cuatro años, tan sólo es tres años mayor que yo, es alto, moreno, seguro de sí mismo y lo más parecido que tengo...a un amigo.

-Me he traído algo para cambiarme luego -suelto sin apenas levantar la cabeza del ordenador. Escucho sus pasos hasta mi mesa, separa una silla y se sienta mirándome mientras apoya su barbilla en una de sus manos.

-La verdad es que no te entiendo. Todos están como locos por salir hoy antes para arreglarse y tú...tú te quedas trabajando y traes la ropa para cambiarte aquí, como sigas así acabaras quitándome el puesto -bromea pero sé a dónde quiere llegar.

-Tranquilo, sabes que tu puesto no peligra conmigo, no me imagino viajando tanto como tú y además no soy una pelota...como otros. -Ahora sí levanto la vista para mirarlo y mostrarle una risa burlona. Lo bien que nos llevamos me permiten ciertas licencias con mi jefe, en otro caso jamás habría dicho tal cosa.

-Mira que eres mala, yo no soy pelota sólo les digo lo quieren escuchar y a mí se me da genial hablar, ya lo sabes, pero bueno no me líes, si quieres cambiarte aquí pues genial, pero te quiero en la fiesta a las ocho en punto que tenemos que recibir a los jefazos. -Me guiña un ojo al levantarse y sale del despacho.

Odio estas fiestas, odio relacionarme y sobre todo odio los zapatos de tacón que tendré que soportar toda la noche. A nuestros jefes les gusta hacer una fiesta a finales de mayo para inaugurar la temporada de verano, aunque aquí en Málaga con las temperaturas que tenemos casi no haría falta, pero claro ellos son americanos y son así.

NUNCA ME OLVIDESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora