Mudarse a un nuevo lugar era algo a lo que habías aspirado durante mucho tiempo y desde el principio tenías la sensación de que iba a ser increíble. El departamento era genial, incluso si las paredes necesitaban urgentemente una renovación, el vecindario parecía realmente agradable, con bares, restaurantes, transporte público no muy lejos. Y, por supuesto, además de eso, estaba cerca de su lugar de trabajo, lo que se sumó a su felicidad global. Todo se estaba juntando en tu vida al parecer, por fin.
Habías llegado a este edificio ya que tu amigo Leandro contó que un amigo suyo de la selección estaba viviendo ahí y tenían departamentos libres. Este amigo era Emiliano Martínez. Si bien, conocías a muchos de sus compañeros de la selección y que también se habían convertido en amigos tuyos, a Emiliano todavía no lo conocías.
Todavía no tenías muchos muebles y tu mayor preocupación definitivamente eran las paredes. Seguro que cada uno tenía su propio gusto, que no era algo que se pudiera discutir, pero realmente te estabas preguntando qué había pasado en la mente del dueño anterior para tener tal falta de gusto.
Las paredes de la sala de estar estaban cubiertas con el empapelado más espantoso y feo que habías visto en toda tu vida. Por lo general, el papel tapiz no era un problema para vos, incluso preferías las paredes pintadas en un color claro y uniforme. Sin embargo, las paredes estaban cubiertas con un papel tapiz con motivos de patos. ¿Por qué? No tenías idea. No solo había patos en diferentes posturas, con suerte nada demasiado extraño o demasiado sugerente, sino que el fondo era marrón y oscurecía mucho el lugar.
Entonces habías traído todas tus pertenencias a tu nuevo lugar, pero te habías asegurado de dejar espacio en la cocina para cocinar y comer, pero también en el dormitorio para dormir. El resto estaba desparramado por todos lados, con cajas sobre la mesa, sillas amontonadas y también habías tapado tu sillón, asegurándote de protegerlo del trabajo que tenías que hacer en las paredes.
La eliminación del papel tapiz te hizo pasar un mal rato. No tenías idea de qué pegamento habían usado para ponerlo, pero casi te saca canas verdes por lo mucho que costaba salir. Dejaste de contar la cantidad de bolsas que llenaste con este feo empapelado y la cantidad de veces que tuviste que bajar las escaleras para ponerlas todas en el basurero afuera del edificio.
En algún momento, habías decidido dejar la puerta de entrada abierta, permitiendo que entrara aire fresco y dejar que las paredes se secaran. Te sentiste aliviada al ver que no necesitaban más trabajo que solo una buena y suave capa de pintura.
Revisaste la pintura que habías comprado, asegurándote de que fuera lavable. No es que fueras particularmente torpe, pero te permitiría limpiar fácilmente. Estabas tarareando la canción que sonaba en tu teléfono cuando escuchaste un suave golpe en la puerta.
Levantaste la cabeza, un poco sorprendida. Viste a un hombre alto parado frente al marco de tu puerta, sonriendo torpemente y sosteniendo dos tazas de café. El hombre tenía más o menos tu edad por lo que podías ver y tenía los ojos más dulces que habías visto en mucho tiempo. Tenía una bonita sonrisa, el tipo de sonrisa que podría hacerte sonreír a vos también. Su pelo era castaño oscuro y lo llevaba algo rapado a los costados.
-Hola...-Dijo mientras su sonrisa se ensanchaba. -Soy Emiliano, tu vecino. Vos debes ser la amiga de Lean ¿No?
-Hola Emi, si. -Respondiste con una sonrisa franca, acercándote a la puerta.-Un gusto. -Le extendiste tu mano.
-Es un verdadero placer conocerte. -Dijo asintiendo. -Con mucho gusto te daría la mano, pero...-Continuó, mirando las dos tazas que sostenía.
-Oh...-Te golpeaste levemente la frente. -Seguramente dejé mis modales en alguna caja ahí...que bruta soy. -Reíste y señalaste el desorden en la sala. -Por favor, por favor entra...-Le dijiste.