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Nunca nadie te dice lo que realmente sucede cuando decidis cruzar esa "línea imaginaria" con alguien. Esa “línea imaginaria” que mantiene un sano límite entre la amistad y algo más. El enorme muro que se adentra profundamente a un callejón sin salida. Es una frontera intimidante que es muy tentador cruzar, especialmente cuando esa persona del otro lado es una de la que has estado enamorada por demasiado tiempo.
Y ahí es donde te encontrabas esa fatídica noche de sábado. Saliste con tus amigos después de la exitosa noche que habían tenido en el Maracaná y todos estaban celebrando a lo grande. Botellas y botellas de champán cubrían la mesa larga. El boliche oscuro iluminado por las luces rojas y violetas que titilaban por doquier esporádicamente. Tuvieron que ir al VIP para poder festejar tranquilos, sin que nadie perjudique su noche. El Kun y Otamendi estaban a tope, moviendo sus ocupadas manos -con botellas- y cantando con El Papu, quien se acercaba a ellos. Notaste que Lío y Antonella se estaban acomodando en la pista de baile, perdidos en su propio pequeño mundo, y eso te hizo añorar esa intimidad. Los toques persistentes, los suaves susurros y los besos era algo que anhelabas, y con una persona en particular.
Estabas parada en el bar observando la escena cuando viste a Emiliano uniéndose a los chicos, haciendo sus característicos movimientos de baile. Te reíste de su baile pero, ¿Cuándo lo viste mover las caderas de la forma en que lo hizo? ¿Y a ese ritmo? Sentiste esa familiar oleada de anhelo llegar a tu entrepierna, dejándote con la cara sonrojada. Emi siempre fue la persona del grupo con el que eras más cercana, a pesar de que conociste a Nico Tagliafico antes que todos. Con el tiempo, desarrollaste sentimientos por el marplatense de un metro noventa y cinco, todos y cada uno de tus días pensabas en él. Tus sentimientos crecían aún mas. Y no pudiste soportarlo más.
Golpeaste nerviosamente la copa medio vacía de champán en tu mano cuando viste a Rodrigo caminar hacia vos con una sonrisa.
-Dale, venite con nosotros a la pista, yo sé que queres bailar. -Dijo. Te reíste de su estado. Estaba arrastrando las palabras y las mejillas las tenía enrojecidas por las incontables horas de baile y de alcohol.
-No sé, ahora veo...
-Vamos, vas a divertirte mucho más que quedándote ahí sentada. -Insistió agarrándote las manos para levantarte del sillón de cuero blanco.
Rodaste los ojos mientras te levantabas con Rodrigo, dejando tu champán sobre la mesa. Tan pronto como entras en la pista de baile, escuchas una erupción de gritos a tu alrededor. Te ríes una vez más cuando comenzas a sentir que la música fuerte del boliche se apodera de tu cuerpo. Tu vestido de lentejuelas doradas resaltaba contra tu piel, brillando bajo las luces cada vez que balanceabas tus caderas, hipnotizando a Emi mientras te observaba intensamente.
Él también había enterrado profundamente sus sentimientos por vos. En el momento en que Emi te conoció en el cumpleaños de Nico en Ámsterdam, supo que eras alguien a quien quería en su vida para siempre. Sin embargo, tenía tanto miedo de que se cruzara esa línea con vos, de arruinar lo que ustedes dos tenían como mejores amigos, que nunca pudo. Pero ese miedo se fue por la ventana cuando saliste a la pista de baile, y las tres cervezas que consumió estaban empezando a hacerlo valiente.
Estabas perdida en la música cuando sentiste un par de brazos fuertes envolviendo tu cintura, un aliento caliente abanicando tu cuello. Giraste la cabeza ligeramente para ver un rostro familiar peligrosamente cerca de tu cuello. En ese momento, tu ritmo cardíaco aumentó. Rápidamente te diste cuenta que Emi te estaba abrazando, pero no era un abrazo como los de siempre. Las varias copas de champán que bebiste antes silenciaron esa vocecita en tu cabeza que te decía que te detuvieras, y simplemente hiciste lo que querías. Presionaste tu culo contra su frente. Un gemido bajo brotó de la boca de Dibu ante el contacto, el sonido resonó dentro de tu cuerpo como una campana sonando, haciéndote estremecer.