Capitulo 48

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Todos confiaban en recibir una carta del señor Bennet a la mañana siguiente, pero el correo no trajo una sola línea de él. Su
familia sabía que era negligente y perezoso a la hora de escribir, pero esperaban que, dadas las circunstancias, haría un esfuerzo.
Por fin llegaron a la conclusión de que el señor Bennet no tenía buenas noticias que darles; pero incluso se habrían alegrado de
saber lo peor. El señor Gardiner sólo había esperado a que llegaran las cartas antes de partir,con tres hombres armados que
había contratado para que le acompañaran y garantizaran un viaje sin mayores contratiempos.

La señora Gardiner y sus hijos iban a quedarse unos días más en Hertfordshire, pues su marido creía que su presencia
podía ser de gran ayuda a sus sobrinas. La señora Gardiner las ayudó a atender a su madre, y era un gran consuelo para ellas
cuando tenían algún rato libre. Su otra tía también iba a visitarlas con frecuencia, y siempre, según dijo, con la intención de
animarlas y darles aliento, aunque, como siempre se presentaba con alguna novedad que contar sobre las deudas o algún hijo
bastardo del señor Wickham, rara vez se marchaba sin dejarlas más abatidas que a su llegada.

El señor Gardiner partió de Longbourn el domingo; el martes su esposa recibió una carta de él, en la que les informaba de
que, a su llegada, había localizado de inmediato a su hermano y le había persuadido para que le acompañara al Sector Seis Este; que el señor Bennet había ido a Epsomy a Clapham, antes de
que el señor Gardiner llegara, pero no había obtenido ninguna información útil; y que estaba decidido a visitar todos los hoteles principales de la ciudad para inquirir por su hija. La carta llevaba
también una posdata que decía así:

He escrito al coronel Forster para pedirle que trate de averiguar a través de algunos compañeros del regimiento de Wickham, si éste tiene parientes o amigos que pudieran saber en qué parte de la ciudad se oculta. Si hubiera alguien que lo supiera, sería una
pista muy importante. De momento no tenemos nada con qué guiarnos. Me consta que el coronel Forster hará cuanto esté en su mano para satisfacernos a ese respecto. Pero, bien pensado, quizá Lizzy sepa mejor
que nadie si Wickham tiene algún pariente vivo.

Elizabeth no había oído decir nunca que Wickham tuviera parientes, salvo un padre y una madre, que habían fallecido hacía
muchos años. No obstante, era posible que algunos de sus compañeros de regimiento pudieran darles más información, aunque no confiaba mucho en ello.

Elizabeth y Jane no hallaban solaz peleando con ciervos, ni podían confiar en la compañía de sus hermanas menores, puesto que ambas estaban siempre ocupadas en idear un nuevo método de despedazar a Wickham. Cada día en Longbourn significaba otro día de angustia; pero la parte más angustiosa era cuando
llegaba el correo. La llegada de cartas era el motivo principal de la impaciencia que reinaba en Longbourn cada mañana. Através de las cartas les informarían de si había ocurrido algo bueno o malo, y todos los días confiaban en recibir una noticia
importante.

Pero antes de que volvieran a tener noticias del señor Gardiner, llegó una carta para el padre de las jóvenes, del señor Collins, y puesto que su padre había autorizado a Jane a abrir todas las cartas que llegaran en su ausencia dirigidas a él, ésta la leyó; y Elizabeth, que sabía lo curiosas que eran siempre las cartas del señor Collins, miró sobre el hombro de su hermana y la leyó también. La carta decía así:

Estimado señor:

Tengo el deber, en virtud de nuestra amistad, y de mi posición en la vida, de expresarle mi pesar por la dolorosa situación en que se halla, e informarle de
mi propio dolor, debido a la tragedia acaecida a una de sus amigas más queridas, mi amada esposa, Charlotte. Tengo el triste deber de comunicarle que ya no está con nosotros en este mundo; que contrajo
la extraña plaga, una enfermedad de la que nadie se había percatado hasta que lady Catherine de Bourgh tuvo la amabilidad de señalármela con gran delicadeza. Debo añadir que su señoría tuvo también la bondad de ofrecerse para echar una mano en la acostumbrada tarea de decapitar y quemar el cadáver, pero decidí que, como marido de Charlotte, tenía el deber de llevarlo a cabo yo mismo, por más que la mano me temblaba. Le aseguro, estimado
amigo, que pese a mi profundo dolor, le compadezco a usted y a su respetable familia, en su presente aflicción, que debe de ser muy amarga. La muerte de su hija habría sido una bendición en comparación
con esto, al igual que la decapitación y quemar de mi esposa fue una suerte preferible a verla engrosar las filas de la brigada de Lucifer. Le compadezco
sinceramente, junto con lady Catherine y sus hijas, a quienes he explicado lo sucedido. Ambas coinciden conmigo en que la deshonra de su hija les perjudicará gravemente a todos; pues como dice lady Catherine con condescendencia, «¿quién querrá tener tratos con una familia así?». Esta consideración me lleva, por lo demás, a pensar con creciente satisfacción en la oferta que hice a Elizabeth en noviembre; pues de haberme respondido de otra forma, a mí también me habría salpicado la deshonra que les afecta a ustedes, en
lugar del mero pesar que experimento en estos momentos. Por tanto, estimado caballero, permita que le aconseje que aparte a su casquivana hija para siempre de su corazón, y deje que recoja los frutos
de su imperdonable ofensa. Y permita que concluya dándole la enhorabuena, pues ya no reclamaré la propiedad de Longbourn cuando usted muera, toda vez que habré muerto cuando reciba esta carta, colgado de una rama del árbol favorito de Charlotte,
en el jardín que su señoría tuvo la magnanimidad de cederme.

Orgullo y Prejuicio y ZombisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora