Capitulo 43

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Mientras circulaban en el carruaje, Elizabeth escudriñó ansiosa el paisaje para divisar Pemberley Woods, y cuando por
fin llegaron a la casa del guarda y giraron, sintió que el corazón le latía aceleradamente.

El parque era enorme, y estaba formado por zonas muy diversas. Entraron por una de las zonas más bajas y avanzaron en coche a través de un hermoso bosque que se prolongaba durante varios kilómetros, atentos a percibir unos gemidos o el ruido de ramas al partirse, pues corría el rumor de que había aparecido un numeroso tropel de innombrables que acababan de
abandonar sus sepulturas.

En la mente de Elizabeth bullían demasiados pensamientos para prestar atención a eso, pero contempló y admiró cada lugar y punto de vista interesante. Ascendieron progresivamente a lo largo de un kilómetro, tras lo cual alcanzaron la cima de un considerable promontorio, donde se acababa el bosque, y vieron de inmediato Pemberley House, situada en el lado opuesto de un valle a través del cual la carretera serpenteaba abruptamente. Era un imponente edificio de piedra, construido al estilo de los suntuosos palacios de Kyoto, detrás del cual se erguía una elevada cadena de colinas boscosas; y delante, un río de cierta importancia que constituía una defensa natural contra un ataque frontal, pero sin mostrar un aspecto artificial. Sus orillas no estaban artificialmente adornadas. Elizabeth estaba encantada. Jamás había visto un lugar tan favorecido por la naturaleza, ni donde la belleza de Oriente estuviera tan poco
contrarrestada por el gusto inglés. Todos expresaron con vehemencia su admiración, y en esos momentos Elizabeth comprendió la importancia de ser la dueña y señora de
Pemberley.

Bajaron la colina, pasaron a través de los dragones de piedra a ambos lados del puente, y se dirigieron hacia la sólida
puerta de jade. Al examinar la casa de cerca, Elizabeth volvió a ponerse nerviosa. Temía que la doncella se hubiera equivocado. Al preguntar si podían visitar el lugar, les hicieron pasar al vestíbulo, y mientras esperaban que apareciese el ama de llaves, Elizabeth no salía de su asombro al pensar en dónde se hallaba.

Al cabo de unos minutos apareció el ama de llaves, una mujer inglesa de aspecto respetable, vestida con un kimono que
caminaba con pasos cortos y con los pies vendados. La siguieron hasta la sala de estar-comedor. Era una habitación
espaciosa, bien proporcionada, elegantemente amueblada con objetos de arte y muebles del Japón que tanto admiraba Darcy. Después de echarle una ojeada, Elizabeth se acercó a una ventana para gozar de la vista que ofrecía. Vista de lejos, la colina, coronada por el bosque, de la que habían descendido, parecía más abrupta, pero era muy hermosa. La disposición del terreno era perfecta. Elizabeth contempló con deleite el
panorama, el río, los árboles que crecían en sus orillas y el serpenteante valle, que se prolongaba hasta el horizonte. Cuando
entraron en otras habitaciones, esos objetos asumían diferentes posiciones; pero desde cada ventana había hermosas vistas que
contemplar. Las habitaciones eran espaciosas y elegantes, y los muebles adecuados al gusto de su propietario por Oriente; pero Elizabeth observó, admirando el gusto de Darcy, que éste no era rimbombante ni superficial, sino menos ostentoso, más auténticamente elegante, que los muebles de Rosings.

«¡Pensar que yo podía ser la dueña y señora de este lugar! —pensó Elizabeth—. ¡Que circularía con toda libertad por estas
habitaciones! En lugar de contemplarlas como una extraña, me deleitaría sabiendo que eran mías, mostrándoselas a visitantes
como mis tíos. Pero no —se dijo—, eso es imposible; habría perdido todo contacto con mis tíos, no estaría autorizada a
invitarlos.»

Ese oportuno pensamiento evitó que Elizabeth se arrepintiera de su decisión.

Deseaba preguntar al ama de llaves si el señor estaba ausente, pero no se atrevía a hacerlo. Por fin, fue su tío quien formuló la pregunta. Elizabeth se volvió alarmada cuando la señora Reynolds respondió que el señor Darcy estaba efectivamente ausente, añadiendo:

Orgullo y Prejuicio y ZombisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora