Capitulo 14

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Durante la cena el señor Bennet apenas despegó los labios; pero cuando los sirvientes se retiraron, decidió que había llegado el momento de mantener una conversación con su convidado, de modo que abordó un tema en el que supuso que el señor Collins brillaría, observando que era muy afortunado de tener una benefactora tan importante. Lady Catherine de Bourgh no sólo era una de las servidoras más ricas del Rey, sino una de las más peligrosas. El señor Bennet no pudo haber elegido un tema más apropiado. El señor Collins se mostró elocuente en sus elogios de lady Catherine, afirmando que nunca había visto semejante autodisciplina en una persona de su rango. Lady Catherine era considerada una mujer orgullosa por muchas personas que el señor Collins conocía, pero jamás había visto tal entrega al arte de matar zombis. Lady Catherine siempre le había tratado como a cualquier otro caballero; nunca ponía ningún reparo a que el señor Collins la observara mientras se adiestraba en las artes mortales, ni que éste abandonara de vez en cuando la parroquia durante un par de semanas, para visitar a sus parientes. Incluso le había aconsejado que se casara lo antes posible, a condición de que eligiera a su futura esposa con buen criterio.

—A menudo he soñado con observar a lady Catherine adiestrarse con las armas —dijo Elizabeth—. ¿Vive cerca de usted, señor?

—El jardín de mi modesta vivienda está separado tan sólo por un sendero de Rosings Park, la residencia de lady Catherine.

—¿Ha dicho usted que es viuda? ¿Tiene familia?

—Sólo una hija, la heredera de Rosings, y de unos bienes cuantiosos.

—¡Ah! —dijo la señora Bennet meneando la cabeza—. En tal caso es más afortunada que muchas jóvenes. ¿Cómo es esa señorita? ¿Es guapa?

—Es una joven encantadora. La misma lady Catherine dice que, con respecto a la verdadera belleza, la señorita De Bourgh es muy superior a la mujer más hermosa, porque sus rasgos poseen la cualidad que distingue a una joven de noble cuna. Lamentablemente, tiene una salud frágil, que le ha impedido seguir el ejemplo de su madre en lo referente a las artes mortales. Me temo que apenas es capaz de alzar un sable, y mucho menos blandido con la destreza de lady Catherine.

—¿Ha sido presentada en sociedad? No recuerdo haber oído su nombre entre las damas de la corte.

—Por desgracia su quebradiza salud le impide ir a la ciudad, lo cual, como comenté un día a lady Catherine, ha privado a la corte inglesa de su adorno más bello. Como pueden imaginar, me satisface ofrecer estos delicados halagos que siempre son aceptados de buen agrado por las damas.

—Su juicio es muy atinado —dijo el señor Bennet—. ¿Puedo preguntarle si esas gratas lisonjas obedecen al impulso del momento o son el resultado de un análisis previo?

—Principalmente son fruto de lo que ocurre en un momento determinado, y aunque a veces me divierte hacer unas sugerencias y emitir unos elegantes cumplidos adaptados a las ocasiones ordinarias, me gusta ofrecerlos con un aire lo menos calculador posible.

Las expectativas del señor Bennet quedaron plenamente confirmadas. Su primo era tan absurdo como había supuesto, y le escuchó con profundo regocijo, mostrando al mismo tiempo una expresión absolutamente seria.

Después del té, el señor Bennet invitó a su primo a leer en voz alta a las damas. El señor Collins se apresuró a aceptar, y le ofrecieron un libro. Pero al verlo (pues todo indicaba que procedía de una biblioteca circulante), el señor Collins retrocedió y empezó a disculparse, alegando que nunca leía novelas. Kitty le miró desconcertada, y Lydia emitió una exclamación de asombro. Le ofrecieron otros libros, y después de reflexionar unos momentos eligió los Sermones de Fordyce. Lydia le miró boquiabierta cuando el señor Collins abrió el volumen, y antes de que hubiese leído tres páginas con monótona solemnidad, la joven le interrumpió diciendo:

—¿Sabes, mamá? El tío Philip dice que no tardará en llegar otro batallón para unirse al del coronel Forster. La tía me lo contó el sábado. Mañana me acercaré a Meryton dando un paseo para averiguar más detalles, suponiendo que una de mis hermanas esté dispuesta a acompañarme.

Sus dos hermanas mayores rogaron a Lydia que se callara, pero el señor Collins, profundamente ofendido, dejó el libro y dijo:

—Observo con frecuencia el escaso interés que muestran las damiselas por los libros serios. No deseo importunar a mi joven prima.

Luego, volviéndose hacia el señor Bennet, se ofreció como contrincante en una partida de backgammon. El señor Bennet aceptó el desafío, observando que había obrado muy juiciosamente al dejar que las chicas se distrajeran con sus frívolas aficiones. La señora Bennet y sus hijas se disculparon por la interrupción de Lydia, la cual, según dijo la señora Bennet, de estar todavía bajo la tutela del maestro Liu le habría valido diez azotes con una vara húmeda de bambú. A continuación prometió al señor Collins que, si accedía a seguir leyendo, no volvería a ocurrir; pero el señor Collins, después de asegurarles que no estaba enojado con su joven prima, y que no había interpretado su conducta como una ofensa, se sentó en otra mesa con el señor Bennet, dispuesto a disputar la partida de backgammon.

Orgullo y Prejuicio y ZombisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora