Capitulo 24

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La carta de la señorita Bingley llegó, poniendo fin a las
dudas. La primera frase les aseguraba de que estaban todos
instalados en Londres para pasar el invierno, y concluía con el
pesar de su hermano por no haber tenido tiempo de presentar
sus respetos a sus amigos en Hertfordshire antes de abandonar
la campiña.

Las esperanzas se habían ido al traste definitivamente; y
cuando Jane fue capaz de leer el resto de la carta, halló escaso
alivio, salvo el afecto que su autora le aseguraba que sentía por
ella. Los elogios dirigidos a la señorita Darcy ocupaban buena
parte de la misiva. Caroline abundó de nuevo en sus numerosas
cualidades, alardeando alegremente de la creciente amistad que
se había fraguado entre ellas.

Elizabeth, a quien Jane no tardó en comunicar buena parte
del contenido de la carta, la escuchó con silenciosa indignación.
Su corazón estaba dividido entre la preocupación por su
hermana y la idea de trasladarse de inmediato a la ciudad para acabar con todos ellos.

—¡Querida Jane, eres demasiado buena! —exclamó
Elizabeth—. Tu dulzura y generosidad son auténticamente
angelicales; deseas creer que todo el mundo es respetable, y te
duele que yo hable de matar a alguien por el motivo quesea. No
temas que me exceda, que traspase los límites de tu buena
voluntad universal. Son pocas las personas por las que siento un
profundo cariño, y menos las que me caen bien. Cuanto más
conozco el mundo, más me desagrada; y cada zombi confirma
miconvicción de que Dios nos haabandonado como castigo por
las vilezas de gente como la señorita Bingley.

—Querida Lizzy, no debes albergar esos sentimientos.
Destrozarán tu vida. No tienes en cuenta la diferencia de
situación y temperamento. Para alguien que habla con frecuencia
de nuestro querido maestro, temo que has olvidado su sabiduría.
¿No nos enseñó a moderar nuestros sentimientos? No debemos
precipitarnos en creer que alguien nos ha ofendido
intencionadamente. A menudo es nuestra vanidad la que nos
engaña.

—Estoy muy lejos de achacar la conducta del señor Bingley
a un intento deliberado por su parte de hacer daño —respondió
Elizabeth—, pero uno puede cometer un error y causar
sufrimiento sin ofender o herir a alguien adrede. La irreflexión, la
desconsideración por los sentimientos de los demás y la falta de
firmeza constituyen graves ofensas contra el honor de uno.

—¿Atribuyes su conducta a alguno de esos fallos?

—Sí, al último. Pero si continúo, te disgustaré diciendo lo que pienso sobre unas personas a las que estimas. De modo que
es mejor que mecalle.

—¿De modo que persistes en creer que sus hermanas
influyen en él?

—Estoy tan segura de ello como para ofrecerte mi espada
para que las elimines.

—Me cuesta creerlo. ¿Por qué iban a influir en él? No
pueden sino desear su felicidad; y si el señor Bingley está
enamorado de mí, ninguna otra mujer puede proporcionársela.

—Tu primer postulado es falso. Las Bingley pueden desear
muchas otras cosas aparte de la felicidad de su hermano; quizá
deseen que aumente su fortuna y su posición; quizá deseen que
se case con una joven que posee la importancia que da el
dinero, amistades influyentes y orgullo.

—Sin duda, sus hermanas desean que el señor Bingley elija
a la señorita Darcy —respondió Jane—, pero quizá se deba a
unos sentimientos más nobles de lo que supones. Conocen a su
hermano desde hace mucho más tiempo que yo, por lo que es
lógico que le quieran más. En todo caso, sean cuales sean los
sentimientos del señor Bingley, no es probable que sus hermanas
se opongan a ellos. ¿Qué hermana se atrevería a hacer
semejante cosa? Si creen que el señor Bingley está enamorado
de mí, no tratarán de separarnos; por más que lo intentaran,
fracasarían. Con tus sospechas haces que parezca que todo el
mundo se comporta de forma antinatural y perversa, y que me
sienta desdichada. No me aflijas con tus ideas. No me avergüenza haberme equivocado. Deja que trate de
sobrellevarlo de la mejor forma posible.

Elizabeth apenas pudo contener su ira; pero Jane era su
hermana mayor, la líder de las Hermanas Bennet. No tenía más
remedio que obedecer. A partir de ese momento apenas
volvieron a mencionar el nombre del señor Bingley.

La señora Bennet seguía lamentándose y dándole vueltas al
hecho de que éste no regresara, y aunque no pasaba un día sin
que Elizabeth se lo explicara con toda claridad, era poco
probable que sus explicaciones lograran disipar la perplejidad de
su madre. La matrona se consolaba confiando en que el señor
Bingley regresaría en verano.

El señor Bennet se tomó el asunto deforma distinta.

—De modo, Lizzy —dijo un día—, que he averiguado que
tu hermana sufre mal de amores. La felicito. Aparte de casarse,
a una chica le conviene llevarse un desengaño amoroso de vez
en cuando. Le da motivos para reflexionar, y hace que destaque
entre sus amigas. ¿Cuándo te tocará a ti? No creo que soportes
durante mucho tiempo verte eclipsada por Jane. Ahora te toca a
ti. En Meryton hay suficientes oficiales para decepcionar a todas
las chicas de la comarca. ¿Por qué no eliges a Wickham? Es un
joven agradable, y quizá te en señe algo sobre los deberes
conyugales de una esposa, los cuales tú, más que tus hermanas,
rechazas.

—Gracias, señor, pero me conformo con ser la novia de la
muerte. No todas podemos tener la suerte de Jane.

—Cierto —respondió el señor Bennet—, pero no deja de ser un consuelo pensar que, por más que un desengaño amoroso
te haga sufrir, tienes una madre afectuosa que le sacará el
máximo partido.

Orgullo y Prejuicio y ZombisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora