3. Instintos

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Dejó de teclear con un suspiro cansado y procedió a quitarse los lentes mientras se daba un breve masaje sobre el puente de la nariz, hasta que otro suspiro abandonó sus labios.

Estaba cansado y no tenía ganas de trabajar. Distraído, irritable, y con un fuerte dolor de cabeza ya se hubiera marchado a su departamento hace horas; si no tuviera un doble turno que cubrir.

Sus ojos se desviaron a la hora marcada en su pantalla, las 2030 horas.

Antes de deshacerse en más suspiros, Volkov se levantó de su escritorio y avanzó hacia la puerta, tomando la bata blanca que colgaba del perchero para ponérsela antes de salir.

Fuera de su oficina prefirió tomar las escaleras para estirar las piernas, antes que tomar el ascensor hasta la cafetería. Por donde sinceramente esperaba no cruzarse con nadie, pues no tenía el ánimo para fingir buenos modales.

No sabía cuál era el problema con su alfa.

Desde que se había revelado en su contra hace pocas horas lo sentía respirando en su nuca, a la pesca del menor indicio de debilidad para controlarlo nuevamente.

No podía permitirlo, lo que pasó con... con el paciente del 117 no volvería a repetirse. No, si él podía evitarlo.

Cuando la enfermera Monnier llegó aquel día a la habitación de Horacio,y  encontró a su jefe abrazando al omega, protector y cariñoso; fue como si hubiera entrado en celo, marcando toda la habitación del paciente como su territorio e incluso gruñendo ante su interrupción.

Volkov le encargó el cuidado de Horacio, con la mandíbula tensa y los muros de su fría personalidad en guardia. Alanna no emitió comentarios sobre lo que vio, respetando a su superior cuando el alfa le dio todas las indicaciones pertinentes antes de marcharse lo más rápido posible antes de atacarla.

Volkov sacudió la cabeza con frustración y continuó bajando por los infinitos escalones. Se sentía como un cachorro hormonal. Luego de la bochornosa escena y una vez protegido por las cuatro paredes de su oficina, debió consumir al menos dos supresores para dejar de emitir su intenso aroma y calmar sus instintos de alfa.

Pero lo peor es que no podía culpar solamente a su otra parte, porque una vez recuperado el control sobre sí mismo no se hubiera separado del abrazo si Alanna no hubiese ingresado al cuarto.

No tenía una explicación lógica para sus arrebatos, pero si tenía una regla fundamental: El trabajo era su prioridad, y no dejaría que esto lo afectara.

Finalmente llegó al primer piso, peinando su cabello con las manos para mantener su imagen perfecta, pese a que internamente fuera un desastre.

Ingresó a la desierta cafetería donde las decoraciones navideñas y el gorrito sobre la cabeza de la empleada no le permitían olvidar que en menos de cuatro horas sería Navidad. Ordenó un café junto a un triste muffin con voz aburrida, y la chica enseguida preparó su orden mientras él esperaba en la barra.

Odiaba las festividades.

Por muchas cenas de fin de año a las que fuera invitado, él nunca asistía a ninguna. Era por eso que aceptó trabajar esa noche para no estar en casa; solo, con cada canal de televisión, película, serie, o emisoras de radio que le recordaran la dichosa fecha.

Soportaba la decoración del hospital con mucho esfuerzo, y debido a su fama todos sus compañeros se abstenían de mostrar su espíritu navideño cerca de él, sino querían recibir miradas fulminantes o una suspensión de regalo.

Quizá la única persona a la que no le importaba tocarle los cojones era a Chris Collins. Quien venía en su dirección con dos tazas de chocolate caliente entre las manos y una sonrisa traviesa en el rostro.

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