7. Oportunidad

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Horacio sentía los párpados tan pesados que tardó buen rato en lograr abrirlos, y cuando lo consiguió la luz de la mañana que se filtraba por el gran ventanal lo cegó temporalmente.

La claridad lastimaba sus ojos además de la sensación de hundimiento, como si flotara bajo el mar y no pudiera salir. La cabeza le dolía y sentía un mareo terrible, al igual que la sequedad en su garganta que imploraba por un poco de agua.

Empezó a mover las manos abriendo y cerrando los puños, despertando su organismo poco a poco. Le pareció una eternidad cuando finalmente consiguió mover la totalidad de sus brazos, fijando la mirada en el techo de su ya conocida habitación de hospital, más lúcido que antes.

Suspiró cuando notó que estaba a salvo, lo cual significaba que toda la operación salió bien. Tampoco era algo de mucho riesgo, pero para él, después de lo vivido, cualquier cosa le causaba terror. Ahora al menos estaba un paso más cerca de volver a su hogar.

Girando la cabeza buscó el botón para llamar a la enfermera, pero quedó totalmente en shock al notar a un intruso ocupando el sillón junto a su cama. Un alto hombre vestido con pantalones grises y una sencilla camisa blanca dormía sobre el sofá, demasiado pequeño para su porte.

Los ojos casi salieron de sus cuencas al reconocer al ruso, su exmédico; contorsionado de una manera supremamente incómoda, con la cabeza colgando y un libro sobre su abdomen que se deslizaba poco a poco hacia el suelo. Su camisa algo abierta revelaba parte de su pecho satinado.

Horacio quiso pellizcarse para entender que no estaba soñando, que no era un efecto ilusorio del sedante restante en su organismo. Viktor Volkov no podía estar durmiendo en su cuarto, como si lo estuviera custodiando mientras él permanecía inconsciente.

Si no recordaba mal, el ruso se había desecho de él pasando la responsabilidad a otro médico. ¿Qué hacía ahí?

Con algo de sorpresa intentó incorporarse, sin prever todo el ruido que provocaría al mover el yeso de su pierna colgante.

El crujido de las correas perturbó el ligero sueño del mayor, y pronto sus miradas conectaron. Horacio analizó con atención al alfa y con una ceja arqueada lo siguió cuestionando en silencio mientras Volkov se colocaba recto en el sillón, interceptando su libro antes de que cayera al suelo mientras pensaba en qué decir para justificar su presencia.

—Horacio. —Habló con tono ronco. —¿Cómo se siente?

El omega luchó contra cualquier asomo de simpatía. No quería ni podía contestar, primero porque no sabía qué decir, y segundo por la deshidratación en su garganta.

Volkov se incorporó y tomó un vaso de agua fresca de la mesa. Se levantó despacio, como si temiera que en cualquier momento lo echara del cuarto. Se acercó a la camilla ante la atenta mirada bicolor.

—Bebe despacio —Le aconsejó mientras se lo extendía.

El omega agradeció que Volkov mantuviera las distancias, tomó el vaso y se bebió de un trago todo el contenido.

—Horacio —Intentó sonreírle al conectar miradas. —Me alegro de que se encuentre mejor.

—¿Qué haces aquí? —Fue al grano.

El tono no fue despreciable ni desdeñable, era genuina curiosidad en su voz. Aunque quisiera actuar seco no podía ser grosero con una persona a la que todavía apreciaba. Volkov así lo interpretó y se sintió un poco más tranquilo.

Aun así, pensó bastante en su respuesta. A pesar de ya haber dado vueltas y vueltas al asunto durante los últimos días y parte de la noche anterior, nada le parecía suficiente para explicar la complejidad de su actuar, sus sentimientos o la razón principal por la que se encontraba allí.

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