8. Trato

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Collins marcó su salida de comisaría a las 1900 horas, ya cambiado a su atuendo de civil y agradeciendo el agradable clima que calentaba sus frías mejillas con los últimos rayos del crepúsculo, caminando unas cuadras para comprar un pack de cervezas del 24/7 más cercano.

Enviando mensajes a Horacio avisando de su pequeño retraso, ofreciendo una cena clandestina para llevar, quizás sushi o algún platillo asiático secundado por el omega quien aceptaba gustoso lo que el rubio quisiera llevar.

También respondió a Ford, quien maldecía no poder cumplir con sus horas de servicio por el estúpido reposo médico, que con cada chequeo se extendía más. Las cervezas eran para compartir con él, la casa del segundo comisario no quedaba muy lejos de la estación y tenía tiempo de ir incluso andando.

De esa forma quizás pillaría mejor a los gilipollas que lo seguían en un coche oscuro con los cristales tintados, obligándolos a caminar por las calles como él sino querían dar todo el cante al circular a tan poca velocidad por la autopista principal del condado.

Los indeseables finalmente se dejaron ver, con su vestimenta enteramente negra y hablando por radio, posiblemente con el jefe u otros secuaces en la zona.

Collins los analizó, aunque ellos guardaban distancia prudente, pues ninguno portaba máscaras o bandanas cubriendo sus rostros. Parecían matones inexpertos, enviados simplemente para vigilar, guardó los mayores detalles sobre los sujetos. Uno parecía tan ancho como un armario mientras el segundo era un poco más alto y delgado, ambos con el cabello oscuro y un familiar pañuelo rojo atado a los nudillos.

Un gran camión de bomberos pasando por la calle a gran velocidad con las luces y sirenas encendidas fue la distracción necesaria para terminar de perder a los hombres, girando en una esquina y corriendo detrás de un local, subiendo por los contenedores de basura al techo hasta agazaparse, vigilando el momento exacto en que los sujetos cesaban su búsqueda.

Los vio hablar nuevamente por radio, seguramente informando de su desaparición con gestos violentos. Deseó escuchar lo que decían, aunque tampoco habría servido de mucho, porque con dos frases más, los hombres regresaron sus pasos y se marcharon en su coche por la carretera en dirección sur.

Suspiró cansado, y volteando la espalda contra el duro cemento observó el manto nocturno, sintiendo el frío reptando por su cuerpo.

Collins se exigía más de lo que cualquier agente en su sano juicio sería capaz de ofrecer, quería llenar diferentes expectativas: por Horacio, por Ford, por Miller como si no supiera que para todos ellos él ya era importante y no necesitaba esforzarse de esa manera.

Quitando a su capitán, ni Horacio ni Ford estaban 100% enterados de su investigación. Luego del accidente de su mejor amigo en múltiples noches había rondado por el complejo de los basureros, además de conseguir la dirección del supuesto dueño del negocio tan esquivo, gracias a algunas chicas del Vanilla que lo visitaban constantemente.

Luego de eso fue mucho más fácil vigilarlo y conseguir información sobre su rutina diaria. El italiano no era trigo limpio. La seguridad que poseía, además de su mansión y los superdeportivos de lujo no podían ser producto de un simple negocio público financiado por el estado.

Sospechaba que los matones que lo seguían eran enviados por el hombre como advertencia. Pues cuanto más escarbaba, más turbio se volvía.

Bajó del tejado con cuidado, para luego ingresar a la tienda de frente a comprar las benditas cervezas junto a unas bolsas de papitas. Recorrió lo que quedaba de camino a casa de Ford y una vez fuera llamó al timbre con insistencia, sólo por joder a su compañero.

Ford abrió la puerta con el ceño fruncido, sosteniendo su torso sobre su camiseta de tirantes. Collins sonrió, pues sabía que el castaño todavía sufría dolores realizando esfuerzos.

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