4. Amenaza

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-Hasta aquí llegaste, joto. - La persona de negro le apuntaba con un arma mientras él cruzaba las manos tras su cabeza, de rodillas en el césped.

-¡No, por favor! -Negaba con lágrimas deslizándose por sus mejillas. -Haré lo que digas, hablaré con...

-Es muy tarde, Horacio. - El arma tembló en las manos del hombre que interrumpió sus súplicas. - ¿Por qué tenías que traicionarnos?

-¡No lo hice!

-¡Claro que sí! - Un golpe de la culata contra su sien lo arrojó al césped, con la vista nublada además del lacerante dolor en su cabeza. -Te advertí que no te metieras con ese Sheriff, pero ahí vas tú a comerle los huevos.

Horacio guardó silencio, ya sin saber de qué manera defenderse. Si tenía que morir lo aceptaría, tal vez la vida de los demás mejoraría con su ausencia, como la de Collins. Podría protegerlo del peligro con su muerte, lo dejarían en paz si él ya no estaba.

-¡Te dije que no confiaras en nadie! - El arma dejó de apuntar a su cabeza, pero el atacante todavía se cernía sobre él como una sombra. -Esto es sólo un aviso, la próxima vez será tu fin.

Múltiples disparos y una sofocante agonía lo dejaron noqueado. Inconsciente... frío.

Despertó con un grito ahogado y la frente sudorosa. La televisión del cuarto todavía encendida en el canal de cocina y las máquinas del pulso pitando aceleradas reflejando su exaltación después del sueño, o más bien recuerdos burbujeantes vestidos de pesadillas.

No podía ignorar el miedo que lo invadía y que distorsionaba su aroma a vainilla. Inhaló y exhaló suavemente, usando los ejercicios de relajación que practicaba en sus clases de yoga, vano esfuerzo por recuperar la calma. Llevó una mano a su pecho pues sentía una presión invisible en su corazón, como si una mano oprimiera sus entrañas.

Poco a poco él se incorporó con mucho esfuerzo, tomando el mando del televisor con manos temblorosas y apagando el aparato que por horas dejó encendido.

Peinó su cresta hacia atrás, y paseó su mano por la nuca en un leve masaje para relajar sus músculos tensos en acompañamiento de sus ejercicios de respiración. Sin embargo, una melodía rompió su pobre burbuja de paz como cristales arrojados al suelo.

Sus manos comenzaron a temblar mientras miraba fijamente su celular a un lado de la cama, con la pantalla encendida mostrando un contacto en anónimo llamando insistente.

Nuevamente su monitor cardíaco enloqueció, poniendo todavía más nervioso a Horacio. Arrancó los sensores en su pecho y la intravenosa de su brazo de un tirón, olvidando por completo el dolor de sus heridas, inmerso en el profundo ataque de pánico que sufría.

Las alarmas en los beepers de Monnier y el doctor Volkov sonaron al mismo tiempo, ninguno tardó en acudir corriendo de inmediato hacia la habitación marcada en el aparato con una emergencia de código azul.

Collins vio al ruso desparecer como un rayo y no tardó en correr tras él, temeroso ante la posibilidad de que la emergencia tuviera que ver con H. Temor que se volvió realidad al subir corriendo por las escaleras hasta la primera planta de habitaciones, con dirección a la 117.

Alanna fue la primera en llegar, abalanzándose sobre Horacio al verlo casi al borde de la cama intentando ponerse de pie sobre el yeso y la pierna vendada. Con una expresión de dolor y terror incalculables, temblando como una gelatina.

Lo tomó de los hombros y con su cuerpo frente a él intento impedir su avance hablando con voz firme.

-Señor, míreme. - Buscaba su mirada, pero no era posible conectar. -Míreme, guarde la calma. -Los bicolores de Horacio volaban por toda la habitación, no lograba enfocar a Alanna, sentía su olor y su toque muy, muy lejanos. Su voz simplemente no la registraba. -Horacio, todo está bien, ¿Me escucha? Está bien.

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