NOTA: La historia comienza 4 años antes de lo sucedido en el Libro I ("Mi Señor" [YoonMin]). No es necesario leer el Libro I ni el Libro II para comprender éste, pero sí saber que hay sucesos conectados entre los tres.
—Oye, tú.
TaeHyung dejó de lado un jarrón que estaba limpiando y elevó la mirada hacia su señora. Le servía desde hacía cinco años, cuando su versión de quince años y sus cinco hermanas mayores dejaron los campos de Goechang y comenzaron a trabajar en el Palacio de Daegu. Pero aunque prácticamente dormía en la misma habitación desde entonces, la reina Hyun-Ah nunca había aprendido su nombre.
—¿Sí, mi señora? —no había una vez que la voz de TaeHyung no temblara al hablarle.
—¿No puedes limpiar en otro momento? Me estás llenando de polvo el vestido.
La salud de la Reina Consorte había estado muy frágil en los últimos tiempos, no obstante su voz no había perdido su fiereza ni su actitud la agresividad que la caracterizaba.
Hubo un momento, breve pero existente (que TaeHyung vagamente recordaba), en el cual la reina Hyun-Ah había sido algo dulce. Tal vez decir "algo" era demasiado, fue más bien un destello fugaz y casi imperceptible en el que no trataba "tan mal" a todos, pero últimamente su humor parecía que venía del infierno mismo.
Decían que había sido muy hermosa y educada cuando era más joven, sin embargo nadie había hablado alguna vez de bondad, humildad o ternura. Aquella mujer tenía más defectos que virtudes, desafortunadamente, y el desinterés de su esposo por ella hacía más notoria su podredumbre interior.
Y aquello sumado a su debilidad física... el pobre TaeHyung debía soportar constantemente su mal trato. Los furtivos encuentros con sus hermanas, que hilaban las sábanas y los vestidos reales a un lado del Jardín Jisan, eran su único consuelo en el día.
—Es una arpía.
—¡Hwan, cállate! —Jiyu le lanzó un paño directo al rostro, con una expresión de espanto.
—Pueden escucharte, Hwan —musitó Hye, con más calma.
—Si nos llegan a escuchar los demás nos colgarán en el Patio Real delante de todo el mundo —se limitó a decir SeonDeok, sin despegar su vista de las puntadas que hacía sobre una tela.
—Sería menos doloroso que todas las veces que esa mujer me ha pedido confeccionarle sus vestidos —rezongó Hwan, elevando las palmas de sus manos, ambas agujereadas y callosas por su labor. TaeHyung no pudo evitar soltar una carcajada—. Tú, mono, deja de reírte.
TaeHyung frunció el ceño al escucharla de pronto.
—El único mono eres tú —le dijo, sacándole la lengua.
—Yo trabajando como un cerdo haciéndole los vestidos a la reina y tú aquí pavoneándote sin hacer nada. ¿Es tu día libre o qué?
—En eso estoy de acuerdo —murmuró SeonDeok con la serenidad que la caracterizaba—. Te paseas mucho por aquí, TaeHyung. Si llegaran a atraparte, Su Majestad Consorte no tardará mucho en colgarte en el Patio Real.
—¿Tienes una afición a que todos sean colgados? —resopló TaeHyung, haciendo garabatos en la tierra con unas piedras.
SeonDeok estiró la tela que estaba cosiendo y sonrió, mientras se la enseñaba a su hermano como una respuesta a su pregunta.
—¿Qué se supone que es eso?
—Es un cobertor de cabeza. Me han ordenado a hacer un par de estos —dijo SeonDeok—. Cuando mandan a ahorcar a alguien públicamente, le cubren la cabeza con esto así no se perturba tanto la gente sensible. En alguien habrá que usarlo. Hwan, ¿te lo quieres probar?
—Ponme esa cosa cerca de mí y serás tú quien lo termine probando.
—Ya, dejen de pelear —dijo Myeong, apareciendo con un cesto lleno de telas de colores—. La princesa ha querido deshacerse de sus pañuelos rotos, y le he pedido a su sirvienta si en vez de tirarlos o quemarlos, podríamos dejárnoslos. Hay sólo uno para cada una, no abusen.
Las demás hermanas se apresuraron a amontonarse en el cesto como muertas de hambre frente a un banquete, luchando con fiereza por sacar los pañuelos más bonitos posibles. Myeong sonrió al verlas y se acercó a su hermano.
—Has pasado mucho tiempo aquí, TaeHyung —dijo Myeong dulcemente, mientras acariciaba la cabeza del chico—. Van a reprenderte si no te apresuras, ya debe ser la hora del baño de Su Majestad.
—Pero, Myeong...
—Va a dejarte sin comer otra semana, TaeHyung —explicó su hermana, empujándolo levemente para obligarlo a ponerse de pie—. Y no puedo permitir que mi hermanito menor sea puro huesos.
Myeong tomó el rostro de TaeHyung, mucho más delgado y definido de cómo había ingresado al Palacio y le sonrió otra vez.
—Si nuestros padres te vieran ahora se espantarían. Aunque pasamos hambre en Goechang y en nuestros mejores momentos nunca tuvimos abundancia, siempre se preocuparon de que tuvieras algo para comer sobre la mesa. Ahora pareces enfermo.
—No me gusta la reina, Myeong —susurró TaeHyung, no queriendo regresar a los aposentos del Palacio—. Quiero estar con ustedes.
—Lo sé. Pero si te niegas a volver, no sólo no estarás con nosotras sino que pueden castigarte y no quiero verte lastimado. Vete, vamos...
TaeHyung asintió y muy a su pesar regresó, convenciéndose que al otro día aprovecharía para escaparse de nuevo y ver a sus hermanas. Podía soportar no ver a Hwan, pero no así el resto.
Con los pies arrastrando, se adentró en el Patio Real sin ganas de llegar al aposento de la reina. No obstante, cuando estaba por llegar al pabellón de las residencias privadas se topó con un grupo de jóvenes que detuvo el ritmo de su andar.
El sirviente Hyuk, encargado de todos los asuntos mayores de la servidumbre real, les daba indicaciones a medida que les mostraba los alrededores.
Un poco de esperanza brotó en el corazón de TaeHyung al verlos. Con algo de suerte, alguno de aquellos nuevos sirvientes ocuparía su lugar y él al fin podría dejar de servir a la reina. Una labor difícil y cansadora que había odiado desde el primer día.
Con algo más de ánimo, TaeHyung reanudó su marcha no sin dar otro vistazo al grupo de jóvenes. Entre los varones, casi escondido al final de la fila, había un chico que tenía la mirada fija en el suelo.
El cabello negro ébano le cubría un poco los ojos, pero no así el resto de su rostro. Había atrapado a su labio inferior entre sus dientes con tanta fuerza que parecía a punto de hacerlos sangrar. Además, la blancura de su rostro no parecía haber conocido nunca el sol, la piel tan perlada y delicada que era difícil de creer que aquella criatura fuese un sirviente y no alguien de la nobleza. Por otro lado, tenía las manos echas un puño, y temblaba considerablemente.
TaeHyung sonrió, casi sin poder evitarlo. Para él, aquel hermosísimo chico era parecido a un conejito asustado. En cierta manera, le recordó mucho a su versión de quince años cuando pisó por primera vez el Palacio y no pudo quitarse su figura en todo el día.
Una gran parte de él quiso volverlo a ver.
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Mi Amor [KookV]
RomantizmSe suponía que cuando TaeHyung intentó salvar a JungKook de un futuro atroz, éste estaría agradecido con él. ¿Cómo es que terminó el sirviente TaeHyung amando tanto al arpista del Palacio cuando éste sólo tenía odio para darle? *Libro III: "Mi Amor"...