7. Buenas razones.

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—¿Y entonces, después de todo, ahora vienes a restregármelo en la cara? —La enfrento aparentando tener confianza, pero por ahora carezco de ella, pues estoy muy nervioso y obviamente arrepentido por lo sucedido. Mariana incluso da un paso hacia atrás, ya que con seguridad he colocado mi pose de pitufo gruñón, cruzado de brazos y ceño fruncido, espantándola. No es mi intención, pero es lo que mi conciencia me dicta.

No, mi cielo, en serio, que no vine a eso. ¡Para nada! —Le hablo con cariño y extrema delicadeza —pretendiendo reconducir la situación—, pues me da la impresión que, de no hacerlo así, se me puede ir de las manos, e intento tranquilizarlo.

Camilo descruza sus brazos y termina de beber el poco aguardiente que estaba en el fondo de su copa, sin refutar nada, por lo cual decido continuar hablándole.

—Digamos que no te vine a ver con la mentalidad de juzgarte ni a requerir de ti, más explicaciones. Lo asumo porque yo me lo busqué, cuando se lo propuse a ella a tus espaldas. Lo de Iryna, sinceramente, sí me sorprendió, pero ella, al confesármelo, se mostró conmigo muy arrepentida, aunque para ser sincera, yo pienso que llevaba un tiempo obsesionada contigo. Eso fue el día que se enteró de que había decidido venir a buscarte y le pudo el remordimiento. —Camilo despliega su brazo y extiende frente a mí el vacío recipiente.

¿Y quién se lo dijo a ella? —Le pregunto a Mariana.

¿Qué? ¿Lo del viaje? —Me responde de inmediato sin mirarme.

Se sirve primero, y luego cae en cuenta de que mi mano aún la tengo estirada y me mira con ese par de cielos azules bien abiertos, para luego achinarlos, arrugar su nariz y poner esa carita de niña consentida que tanto me derrite, adornándola con su perfecta sonrisa; alza los hombros para luego bajarlos, y por fin deja caer con suma precisión, el chorro de aguardiente en mi copa.

—Fue Natasha. Pero no quiero saber nada más, salvo que tú... ¿Me lo hubieras confesado? —Camilo ladea su cabeza y de nuevo se da la vuelta, para mirar hacia la piscina, bajo el marco de la puerta de madera, por algo que le ha llamado la atención.

—¡Hey, Johann!... Ah, ah. —Le pego un grito, moviendo mi dedo índice de izquierda a derecha en el aire, para hacerle saber que lo he visto y así evitar que siga con su espectáculo.

Siento como Mariana se me acerca por detrás, pegándose a mi costado, y curiosa asoma su cabeza. Para disminuir el impacto del sol, al salir del oscurecido interior de la cabaña, usa su mano derecha como visera, observando al horizonte. Intenta averiguar de qué se ha perdido, pero la acción ya la he interrumpido, y los dos alemanes van tomados de la mano hacia el interior de la casa, con las toallas atadas a la cintura. Entonces me toma del antebrazo y me pregunta...

—¿Qué pasó? —Yo levanto los hombros y me dispongo a aclararle la película.

—Pues que... «Bueno, es cilantro, pero no tanto». Estos dos que se estaban empezando a calentar demasiado, y me di cuenta de que Johann, se la estaba chupando a Nikolaus.

—¿Es en serio? —Dice Mariana sorprendida. Lleva una mano a su boca entreabierta y endereza la espalda. Entonces levanto los hombros, tuerzo la boca y le expongo mi punto de vista.

—Pues sí. Y una cosa es permitir que se doren como pollos en asadero, las nalgas y las pelotas, pero otra muy distinta es aceptar que sus demostraciones de afecto sean tan subidas de tono.

—¿Te imaginas donde los hubiese llegado a pillar Kayra? Esa mujer es capaz de agarrarles por las vergas y hasta de cortarles los testículos con su cortauñas. —Finalizo mi comentario y me dirijo hacia el interior de la cabaña, dejando a Mariana allí, pensativa.

Infiel por mi culpa. Puta por obligación.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora