13. Recordar es vivir y sufrir un poco.

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—Melissa... Te pe... —Dudo, lo que dura un suspiro—. ¡Mariana, te pido que por favor te levantes! No demos más espectáculo a estas personas. Vamos a sentarnos, y tú con tranquilidad me vas a contar lo que quieras... Lo que tú creas que yo debo escuchar.

Y con firmeza la tomo por debajo de sus hombros y la levanto. Abrazándose a mí con fuerza, le dejo que siga sollozando mientras se calma, escondiendo su rostro en el abrigo de mi pecho, y como no me mira, decido tomar entre mis manos su cara y alzársela para depositar un beso con apariencia de tranquilidad en su frente.

Observo con detenimiento, la palidez que tiñe de amargura la tersa piel de su rostro y sobre ella perdurando —sin ganas de desaparecer—, la humedad del llanto en la cima de sus pómulos, justo por debajo de los párpados en su par de cielos, ahora enrojecidos.

Dispares y amorfas, se le han formado coloridas manchas de un profundo azul cobalto, que se va difuminando en el rosa intenso, casi magenta, del maquillaje que minutos antes, primoroso, decoraba su mirada alegre y que ahora, se ven sombríos por el negro fúnebre del rímel corrido de sus pestañas. Goterones que, indomables, amenazan cabalgar por las albas mejillas hacia abajo, más con mis pulgares circulando precipitados, bloqueo lo oscuro derramado y disimulo un poco aquel desastre. Y en las palmas de mis manos acuno el contorno de su cara, mojado, triste, y de un tibio arrepentido.

***

Con fortaleza, me levanta Camilo y me abraza. ¡Mariana! Me ha dicho Mariana. ¡Por fin! Y además... Además, me besa. ¡Síííí, me besa! En la frente, pero para mí es más que suficiente con lo que acaba de hacer. Me toma a dos manos la cara y me observa.

Nos miramos, llorosos y abatidos ambos, y yo, abrazadita a él, me empino y lo beso en los labios. Un «pico» fugaz y robado, lo sé. Un leve roce de texturas entre su piel y mis carnes, pero que me sabe a gloria en mi derrota, y frente a un posible perdón. ¿Será posible que se convierta en realidad lo que tanto deseo?

Este silencioso e íntimo momento, es interrumpido por los animados aplausos que llegan acompañados por el postrero y expresivo coro de un... ¡Awww!, generalizado y cómplice, que nos va rodeando. El perfil de sus labios se va estirando levemente a izquierda y derecha, formando una sonrisa algo apenada. Yo sonrío igualmente con timidez, pero solo a él. ¡Únicamente a mi marido!

—¡Gracias, gracias! Camilo tú... Eres muy generoso, mi cielo. Siempre lo has sido, y... ¿Sabes algo? Tienes la nobleza de un perrito. Sí, de esos callejeros —le señalo estirando los labios, al gozque negro con manchas ocres que permanece expectante en las escalinatas de la entrada—, de aquellos que parecen no tener dueño y menean el rabo a la primera persona que se les acerca, aunque no los determinen; o si lo hacen, reciben los pobres por saludo un grito, para ahuyentarlos en el mejor de los casos. O en el peor, una patada en el costado para apartarlos. Y ellos, angelicalmente, agachan sus orejitas y vuelven, una y otra vez, lastimados pero amorosos, a mover como un ringlete su colita a pesar del mal pago, y siguen por detrás, a pocos pasos y por varias cuadras, al humano deshumanizado que no los quiere a su lado. —Camilo, al igual que yo, observa al canino que, jadeando por el calor, se aleja calle abajo, esquivando con algo de temor a unos jóvenes que, en contravía, hacen piruetas montando en sus monopatines.

—Eres una persona increíblemente buena, un amor de hombre. ¡Eres mi amor! —Le hablo con suavidad acariciándole el mentón, mientras que Camilo intenta dar media vuelta. Pero antes me responde...: —No tienes que agradecerme nada, Mariana. ¿Acaso me has escuchado decir que te he perdonado? Sucede que no me gusta ver tu alma tan atormentada, pues la mía conoce de primera mano lo que se siente. —Me lo dice con su característico mohín de seriedad.

Infiel por mi culpa. Puta por obligación.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora