30. Entre máscaras y disgustos.

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Con decepción y mucha rabia, engatillo mi dedo índice contra el pulgar y como una bala disparo la colilla de mi cigarrillo hacia el mar, pero el juguetón viento que encabrita las olas, le impide llegar hasta el lugar que mi vista preveía devolviéndola hacia las rocas, estrellándola contra ellas, chisporroteando sus virutas encendidas, feneciendo ahogada.

A mi oreja derecha llegan inquebrantables los estertores de las olas al estrellarse contra el grueso muro de piedras del malecón, y entre tanto alcanzan al oído izquierdo, los no tan lejanos sonidos de muchas risas, multitud de voces y notas musicales de algún éxito regional mexicano que no puedo identificar. Pero... ¿Y Mariana?

Me doy la vuelta y observo como va descalzando las formas griegas de sus pies, dejando bien acomodadas sus doradas sandalias al costado derecho, cercanas a su bolso, lejanas al sombrero de paja y ala ancha que mantiene en su cabeza con una mano, temerosa de que se lo lleve la fuerte brisa que está soplando en estos instantes. Se sienta casi al final de la pasarela, arremangando la tela negra de su vestido hasta descubrir sus albas rodillas, dejando que sus piernas se descuelguen por el borde sin que sus pies alcancen a rozar el agua; y arrinconado entre sus carnosos labios, hacia la esquina donde su lunar negro pasa desapercibido, inclinado un poco permanece su cigarrillo blanco, recién encendido.

Tiene todos los tintes de una silenciosa pero gentil invitación. Con su silencio decide Mariana convidarme a que me acomode al lado suyo, para seguir enterándome de sus decisiones, recordando como por mi gusto, comenzó por crear entre los dos más de un disgusto.

***

—Con las chicas de la oficina, Diana, K-Mena y las del otro grupo de ventas, ya sabes, Carolina y doña Julia, junto a las dos muchachas que atendían en la recepción, –empieza a hablarme tan pronto me acomodo a su lado– aprovechábamos cualquier instante libre para planear la fiesta de entrega de regalos al amigo secreto a fin de mes, intercambiando ideas sobre cómo ir vestidas, indagándonos con quien asistiríamos, esposos, novios, amigos o solas, como obligatoriamente era mi caso. ¡Qué tipo de comida y bebidas deberíamos llevar para ofrecer! Y sobre todo, cuáles de nosotras se encargarían de «hacer la vaca» y recoger de cada uno de los que pretendieran asistir, la cuota y el valor que deberíamos reunir para comprar lo necesario. Encargamos finalmente a la señora Carmencita y a las chicas de recepción, para pasearse por los otros pisos de la constructora y hacer la invitación a la casa de José Ignacio y recaudar de paso los dineros.

—Tal vez debido a eso fue como logré ocultar mi malestar por haberte engañado nuevamente, y me concentré los siguientes días en finiquitar los otros negocios pendientes, visitando al gerente del banco que estaba a cargo de los estudios de crédito de mis clientes, y junto con otra asesora financiera, conseguí casi todas las aprobaciones, y me sentí feliz de hacerlo sin tener que agradecerle por su «asesoría», al hijo de puta de Eduardo. —Con dos dedos le entrecomillo la palabra a Camilo para aclarárselo, más en su rostro un gesto de sospecha y vacilación, en su frente arrugada, me obliga a ser más precisa.

—No te imagines cosas que no son, cielo. Sí, evidentemente, yo le gustaba al gerente del banco y me aprovechaba de eso, aceptándole con sonrisas pícaras sus piropos y halagos, más, sin embargo, educadamente le rechazaba sus encubiertas invitaciones para vernos fuera de horario. Cada una de las ventas que realicé de esos apartamentos de interés social, los conseguí legítimamente. No tuve que ofrecerle más que mi simpatía y agradecerle con una invitación a la fiesta esa, en la casa de Nacho. —Mi esposo me observa con detenimiento y da como verídica mi respuesta.

—Me sentía feliz, no tanto por los reconocimientos o el dinero que ganaría con esos negocios, sino por poder observar los rostros de infinita alegría en aquellas humildes personas al saberse finalmente propietarias de un techo propio, sobre todo el de varias mujeres que eran cabezas de hogar, rebuscándose la vida para conseguirle a sus hijos un hogar más decente y bonito. Y es por ello que me sentiste más amorosa contigo y con nuestro hijo, aunque para mí todo estaba dentro de la familiar cotidianidad.

Infiel por mi culpa. Puta por obligación.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora