15. Ir por lana y volver trasquilado.

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—¡Vamos Cami, amigo mío! No le pares bolas a esos comentarios —fue la respuesta de Eduardo hacia mis dudas, cuando le comenté lo que había escuchado—. ¡Ni siquiera sabes con certeza, que se trate de tu esposa! Puede que tenga en la mira a otra mujer. No necesita esforzarse demasiado, le caen del cielo las mujeres con solo chasquear los dedos. —Me dijo con un conocimiento abrumador.

—Pues debe ser porque, además, tiene la lengua muy larga. —Le respondí acercándome aún más a su oreja, para hacerme entender a pesar del ruido.

—¡Ja, ja, ja! Sí, un poco. Pero quizá se deba a su pasado. —Me respondió con sorna, así que le dije muy seguro...: —¡Todos tenemos uno!

—Por supuesto, Cami. Claro que sí, pero tú desconoces el suyo, y cada quien asume como sobrellevar sus pesadillas —me respondió apretándome el antebrazo—. Además, se le infla el pecho por varias razones muy válidas. ¡Es un triunfador! No se te olvide que es el mejor asesor comercial que tenemos en la constructora, y tampoco puedes negar que José Ignacio es un hombre muy «pintoso», y bien plantado. Con la sola presencia las enloquece.

—Lo defiendes tanto, que ya pareces una más de sus consortes. —Le hice aquel reclamo en tono burlón, pero tan solo me palmeo la espalda para decirme sonriente, mientras daba otro sorbo a su «amarillito» sin hielo...: —¡Él es así! Un poco soberbio e impertinente, pero es un buen elemento. Tiene corriendo en la sangre, fluidos de liderazgo.

—Recuerda, Eduardo, que no todo lo que brilla es oro. Le refuté con decisión.

—Ni lo que alumbra tanto, quema, amigo mío. Así que despreocúpate. Además... ¿Melissa ha mostrado algún cambio en su actitud hacia ti? ¿Has percibido algún tipo de interés de ella hacia Nacho, diferente al ámbito laboral? —Negué con la cabeza dos veces, dándole la razón en todo.

Y, sin embargo, Mariana, me quedé en silencio allí de pie junto a mi amigo, y confidente. Mentalmente desestabilizado dentro de mis celosas incertidumbres, sostenido apenas por la férrea confianza que yo tenía puesta en la mujer que se encontraba esa noche, a tres pasos por detrás de mí, y con mis «infundadas sospechas», según Eduardo, todavía meando en el baño de aquel bar.

—Discúlpame, cielo, pero sigo sin comprender. ¿Qué pasó esa noche contigo, para que ahora me pidas perdón? —Camilo primero me observa, y luego inclina la cabeza para mirarse las manos palmotear nerviosas y en repetitivos ritmos, la desnudez de sus rodillas. Y así, sin levantar la cabeza, me confiesa...

—Me acerqué a la barra y le pregunté a una mesera por la ubicación de los baños. Ella, algo ocupada, con una bandeja de madera bajo el brazo y la nota de un pedido en sus labios, me indicó con una mueca de su boca, que a mi derecha se encontraban. Esquivando cuerpos de hombres y mujeres que bailaban enloquecidos, la pegajosa canción de Luis Fonsi, «Despacito», llegué al fondo del local buscando el pasillo —que de hecho se encontraba bastante oscuro—, hasta lograr ver el letrero rojo y rectangular, con la figurita del hombre y la mujer. La del varón había sido vandalizada por algún gracioso, que con marcador le pintó una raya negra sobresaliendo de entre las piernas.

—Allí escuché la voz de tu compañero Carlos, dialogando con ese hijo de p... —y me muerdo la lengua para evitar la grosería—, de su bendita madre, mientras hacían fila para entrar. Detrás de ellos y por delante de mí, estaba el corpulento hombre de seguridad, que, por el movimiento frenético de sus piernas, me dio a entender que iba más necesitado que yo, y sin que ellos se dieran cuenta, seguí escuchando su conversación.

—¡Bahh! No hable tanta mierda que usted no va a poder con esa vieja. —Le decía el flaco a tu aman... ¡Al tumbalocas ese! Y agudicé el oído, acostumbrando por igual a la penumbra, la mirada.

Infiel por mi culpa. Puta por obligación.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora