Escucharle hablar sobre su pasado, revelándome hasta ahora todos los acontecimientos que me ocultó de aquel presente suyo, no le hace bien y se le nota en la expresión acongojada de su rostro y en la mirada que se enfoca en la lontananza de su perfidia. Por supuesto que a mí tampoco, ya que me lastima saber al detalle lo que realizó con ese hijo de puta «siete mujeres». Cosas que, quizá para otras personas desde su apartada perspectiva, las verían banales, estúpidas y sin mayor trascendencia, pero que, para un hombre enamorado y traicionado, como es mi caso, todo cuenta y mortifica. ¡Todo duele!
Por eso intento sobreponerme emocionalmente, reconociendo que por más que lo intenté por mucho tiempo, pensando y deseando ser el único hombre de su vida, el mejor y el primero en todo, no pude serlo por completo, no lo fui totalmente y con seguridad no lo seré nunca más.
He sido, sin embargo, afortunado. Fui el primer hombre al que ella le dio el sí para casarse, tras dos cafés con leche y al menos media docena de donas de arequipe y chantillí. Así como también tuve la dicha de ser el primero en convertirla en madre y ella hacerme un padre primerizo y nervioso, pero feliz al tener entre mis brazos a nuestro hermoso Mateo. ¡Y se lo valoro! Sin embargo, no puedo evitar sentir cierta inquina porque esto otro no lo hizo primero conmigo, por más que le insistí. Como lo de pasear en moto, ni lo de andar a mi lado, sin usar ropa interior. ¡No se atrevió o no la supe convencer!
¿Me ha dicho todo? O... ¿Se ha guardado algo? Existe la duda dentro de mí, pero por su expresión parece ser cierto todo, incluso el gusto que sintió al recordar su particular travesura, y que ella, sin querer reconocerlo, con el timbre de su voz, me lo hizo saber.
***
—¡Pues no estuvo mal para ser tu primera vez! -Le digo inesperadamente. - No obstante, Mariana, creo que fuiste demasiado lejos, aunque creas que por no haber besos ni caricias o algo más, no le impulsaras a querer seguir y conseguir más de ti. —Logro hacer que gire su rostro y sorprendida se fije de nuevo en mí, mientras sigo hablándole y me descalzo con parsimonia para colocarme posteriormente en pie, con el cuello de la botella de ron aferrada a mi mano derecha.
Mariana quiere excusarse o decir algo ahora, pero levanto mi mano, –la que no sostiene nada más que el peso de la brisa– y autoritario la agito indicándole que no quiero que me interrumpa todavía. Me alejo unos pasos sin dejar de observarla, por eso, camino hacia atrás hasta la orilla, y continúo hablándole, acortando la distancia.
—¡Claro! A no ser que eso fuera exactamente lo que deseabas que sucediera. Provocándole más, haciendo que le gustaras más, y siguiendo el guion de esa loca teoría de vengarte de su petulante ego, colocándote a su nivel y dejándole en claro que, si él era un don Juan, libre y empedernido, tú para él, podrías ser otra mujer diferente, mucho más decidida y aventurera. Ni medianamente parecida a la mojigata que él creyó ver en ti al comienzo de todo esto, y que, a pesar de estar casada, podías ser tan decidida como él, –mental y corporalmente– solamente cuando querías arriesgarte, a mi modo de ver, de una forma ridícula e infantil de doblegarlo.
—Pero fue tu decisión Mariana. Tu maldita y egoísta sentencia al iniciar esa cacería, provocándolo con un poco de dulce para después, acabar entregándole todo el manjar, y por supuesto socavando la confianza y fidelidad que tú y yo nos teníamos, creyendo que podrías manejarlo a él y a mí a tu antojo. Y ya ves que, en esta vida, tarde o temprano, todo se sabe y todo se paga. —Con este pronunciamiento culmino mi reproche y volvemos a permanecer en silencio.
¡Ya he llegado! Las plantas de mis pies humedecidas así me lo indican. Se van enfriando, como mi interior. El agua supera el nivel de mis tobillos, doy otro paso más y me agacho, para con algo de esfuerzo, medio enterrar la botella de ron girándola dos veces entre la arena, y más calmado o resignado, –que sé yo, ya lo que siento– me regreso hacia donde está ella.
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Infiel por mi culpa. Puta por obligación.
RomanceLa angustia en la que vive Mariana sus noches por la culpa al traicionar a su esposo, -queriendo en un caso y obligada en otros- es la razón de un viaje a una isla en las Antillas para buscar el perdón, después de seis meses de separación, contándo...