23 Gladiadores

19 2 0
                                    

Esperaba que Bastiam entendiera, cuando el nahual se lo llevara, que era por su bien

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Esperaba que Bastiam entendiera, cuando el nahual se lo llevara, que era por su bien. Lo estaba entregando a Don Enrique como aprendiz sin que él lo supiera. Escogí al brujo mexicano, sabiendo que Bastiam accedería a marcharse con él con tal de obtener conocimiento. Era un hombre poderoso que conocí en mi juventud, cuando volví de los Infiernos.

–Estás por enfrentar tu mayor prueba Garret y la última –me previno Don Enrique en cuanto aparecí en su guarida la noche anterior en México–. Después de esto no volverás a ser quien eres.

El brujo, como siempre, sabía a qué fui a buscarlo y estaba listo para acompañarme. Don Enrique puso una trampa para aislar a La Sombra y evitar que lo atacara. Solo ese acto demostraba lo fuerte que era. El hombre de cabello y bigote blanco me ofreció el brazo para que bebiera diciendo que lo necesitaría para deshacerme de los velos que ocultaban la verdad. La Sombra gritó obscenidades intentando impedir que lo hiciera y por un momento estuve a punto de marcharme, pero Bastiam seguía apareciendo en mi mente. Tenía que garantizar su seguridad si iba a entregarme a Anubis y bebí. La sangre brotó sola, sin necesidad de que mis colmillos perforaran las venas del hombre. No me sentí distinto después de hacerlo, aunque La Sombra se retorció adolorida.

Antes de marcharme fui a ver a Bastiam una última vez y sin decir nada abracé a mi hijo.

Caminé rumbo al Rogers Centre con una vara larga a la espalda y cuanta arma podía portar. Despedí a La Sombra que rondaría en los alrededores.

El concejo, que siempre buscó mantener oculto el mundo daimónico, ahora parecía estar poseído por un espíritu perverso de salir a la luz para acelerar el Apocalipsis. Conforme caminaba, varios daimones se acercaron detrás de mí en las calles llenas de nieve sucia y destrozos. Lo que alguna vez fue una hermosa ciudad pacífica iluminada por luces navideñas era ahora un sitio lleno de cortos circuitos y estructuras metálicas que sobresalían como huesos rotos de las edificaciones. Era un paisaje apocalíptico.

Hiroshi me saludó con un: «A tu servicio mi capitán» y se mantuvo a pocos pasos.

Varias caras conocidas de daimones de distintas partes del mundo aparecieron. Nunca fuimos tantos como los Porfiria que, al entrar al gran estadio se hallaban ocupando la mayoría de las gradas. Sería un sangriento espectáculo si el público comenzaba a atacarse entre sí. La tensión era una bomba de tiempo.

Cuando el Inquisidor propuso llevar a cabo el encuentro en el viejo SkyDome del centro de Toronto, Bukavac accedió riendo.

–Como los gladiadores –se burló el hijo de puta.

La estúpida propuesta me importaba una mierda. Era una vergüenza que el rey y el concejo se inspiraran en las películas modernas, que retrataban a los circos sangrientos de la antigüedad para distraer al vulgo. Bukavac debía buscar eso y más. Surgiría una nueva guerra, probablemente la última, si las pasiones se elevaban demasiado.

Bukavac y la Meretriz se hallaban ya en el centro del campo, esperándome. La mitad del domo no volvería a cerrarse debido a un enorme agujero a un costado. Una pantalla gigante, destrozada en dos partes, estaba por colapsar. La más grande aún colgaba en vertical desde lo que fue parte de la estructura. El hogar de los Blue Jays de Toronto se caía a pedazos. Era sorprendente que la torre CN luciera íntegra desde aquí con su imponente altura.

Viviana Palomo entrecerró la mirada afilada al notar la ausencia de mi Sombra. Vestía como una sacerdotisa en un largo atuendo blanco, con un amuleto rojo del tetragramatón inverso colgándole del cuello.

–Hola, Garret –me saludó con voz de terciopelo–. Por un momento creí que no vendrías.

–Tus palabras buscan ofensa, Viviana –respondió Bucavak–. Les entrego a nuestro campeón, Garret Leizara de la casa de Araziel. ¿Estás listo, Garret, para poner final a esto?

–Lo estoy.

Esta era una oportunidad única para matar a la Meretriz. La Sombra sin embargo, y aunque silenciosa, ya me advertía con un estremecimiento de alguna trampa por venir. Una multitud de ojos púrpura esperaba ansiosa por ser testigo de la muerte que acontecería en el estadio.

–Bueno, demos comienzo –dijo Viviana dando un paso hacia un costado. Alzó un brazo en el aire para abrir un portal dimensional, cosa que nadie nunca le había visto hacer a ningún Porfiria. Me puse en guardia desenvainando una espada curva con la que había dado muerte a cientos de Porfiria en el pasado.

Bukavac sonrió y caminó de espaldas al ver que yo, su campeón, no lo decepcionaría.

Desde una espesa neblina que surgió del suelo, Viviana orientó los dedos en dirección del portal para invocar alguna clase de defensa.

Me le fui encima para no darle oportunidad de nada, azotando con fuerza el acero afilado de mi arma, que rebotó contra la fuerza de mi juramento. Oh, esta era la trampa. Bukavac y el concejo se la jugaban. No podían matarme directamente, pero sí comprometerme en un desafío del cual una multitud de daimones sería testigo. Mi espada vibró contra algo invisible apesar de que la atestaba con demencia.

Golpearía hasta romper lo irrompible. Debía haber una forma de empujarla hacia su muerte.

La Sombra se escondería hasta que estuviera en peligro de muerte y Viviana sabía que aún sin ella no me detendría. Cuando mi espada por fin penetró, se topó con un metal cuadrado que resistió mi ataque y todos los vellos del cuerpo se me erizaron.

Con un impulso veloz de mis piernas llegué al extremo opuesto del estadio. No era Viviana quien sostenía el escudo metálico, sino otra mujer.

–Nuestra reina –expresó la Meretriz–. Sofía Leizara, también de la casa de Araziel. Ella es prueba del crimen cometido contra nosotros por los Daimones. Prueba de que nuestras almas aún viven y están cautivas en el Inframundo.

 Prueba de que nuestras almas aún viven y están cautivas en el Inframundo

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.


¡Qué quién! ¿Quién es esta mujer que se declara reina de los Porfiria? ¿Otra doble?  ¿Cuántas hay? ¿Será Sofía de verdad?

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

¡Qué quién! ¿Quién es esta mujer que se declara reina de los Porfiria? ¿Otra doble?  ¿Cuántas hay? ¿Será Sofía de verdad?

¿Cómo van? ¿Ya quieren arrojar la historia por la ventana?

Gracias a los que han seguido la historia hasta aquí. 

¡Seguimos!

Hereje (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora