Mago de la Torre de la Polaridad

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La cabeza de Bastiam rebotó contra la pared; una, dos, tres veces por la fuerza de mi arremetida–

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La cabeza de Bastiam rebotó contra la pared; una, dos, tres veces por la fuerza de mi arremetida–. ¡A dónde la enviaste!

La temperatura pareció incrementar por treinta grados.

–Está a la mano.

–¡A la mano mis testículos! –Lo sacudí de nuevo, arrugándole el cuello del abrigo.

–La dev-volveré.

–¡Cómo carajos conseguiste un artilugio de mago!

–Calma, Garret. No la mandé lejos, solo está contenida en... «mi mano».

–Oh ¿en tu mano?

Saqué una daga curva que apoyé sobre su muñeca. Oprimí la piel con el filo que partió la carne debajo del pulgar. Los dedos se abrieron en un espasmo cuando la sangre escurrió. Iba a dar a este párvulo su última lección, la que me faltó antes de que se fuera. Aún estaba suficientemente oscuro como para que alguien notara que las venas de mi frente enrojecían en una corona de ramificaciones rojizas. Fruncí el labio superior para revelar los caninos. Se alargaron afilados en una sonrisa que me salía natural con este tipo de carnicería. Bastiam podía ser mi hijo, pero él bien sabía que eso no me detendría. El chico necesitaba una reprimenda.

–¡S-si me cortas la mano, no la recuperarás!

–Oh, ahora solo quiero tu mano como pago.

Y comencé a rebanar.

–¡La sombra regresará al lugar de donde la sacaste!

Me detuve.

–Alardeas. Necesitarías abrir un portal a los Infiernos para devolverla y ya nadie tiene el poder para eso.

–Si es que viene del Infierno, ¿no dijiste que no estabas seguro de dónde vino?

La cabeza le rebotó de nuevo con otro azote. Ahora, eso era algo que no debí confiarle a Bastiam. Deslicé la hoja unos centímetros, provocando que el daimón menor gimiera. Seccioné el hueso solo un poco. Necesitaba escuchar el dolor de su voz para serenar mi furia y dos segundos después me guardé la daga.

Comencé a sudar como un cerdo. Abrí la gabardina negra usando los bordes para abanicarme el cuerpo. Me guardé las manos en los bolsillos, pues, como si sufriera de síndrome de abstinencia, me temblaron. ¿Qué me hizo el cabrón?

Bastiam se pegó el brazo al pecho susurrando un encantamiento para detener la hemorragia. El maestro de universidad ganaba esta partida, mas bien sabía que robarme algo tan preciado como la sombra tendría una consecuencia.

–Te comeré, Bastiam Duarte. –Fruncí la nariz, recobrando el semblante humano–. Y me importa un carajo haberte sostenido cuando eras un crío vulnerable. Me cobraré con el jugo de tus vísceras.

–Te la devolveré en cuanto oscurezca.

Le di un último empujón y rugí. Solo porque era Bastiam, no lo mataba. Maldito muchacho tonto. Bien jugado, Bukavac, bien jugado. La herida ya estaría cerrando gracias al encantamiento, pero los tejidos internos cercenados le dolerían una o dos noches, a menos de que corriera a cazar algún criminal incauto.

Hereje (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora